Encontré un librito de
Simone Weil en la biblioteca pública que me traje en préstamo a
casa y me está acompañando estos días extraños en los que ha
estallado otra guerra. Se titula La gravedad y la gracia, una
antología de ensayos, descritos en la solapa como “textos desnudos
y carentes de ardides”, que la autora, bastante desconocida y sin
embargo una de las mayores pensadoras del amor y la desgracia del
siglo XX, iba anotando en sus Cahiers y que fueron publicados
póstumamente en 1949.
Simone falleció a los
treinta y cuatro años el 24 de agosto de 1943. Nacida en París, de
origen judío, ejerció como profesora de filosofía. No militó en
partido político alguno. Su pensamiento gira en torno a la miseria
humana, la compasión, la desgracia y la fuerza / la gravedad y la
gracia, como dos factores inseparables en el devenir humano (toda
desgracia del hombre no es sino el efecto del despliegue de una
fuerza). Nunca abandonó el compromiso político con la izquierda, los
movimientos pacifistas, las organizaciones obreras y la lucha por los
derechos humanos. “Cada etapa de la historia humana – decía la
filósofa – ha asistido a la dominación de los que saben manejar
las palabras sobre los que saben manejar las cosas”.
No tengo costumbre de
leer textos filosóficos. Sin embargo, he de decir que este libro,
publicado en España en 1994, me ha hecho pensar y repensar lo que no está escrito.
Deberíamos leer mucha filosofía. Deberíamos intentar entender a
Simone Weil porque su pensamiento es muy contemporáneo. Y no voy a
hablar de las reflexiones que hace del mal, el desapego, aceptar el
vacío, la desgracia, la violencia, lo imposible, el azar, el ateísmo
purificador... He decidido transcribir partes del texto breve que
tiene por título ISRAEL porque me han impresionado por su tremenda cercanía. Les sigo dando vueltas.
“La cristiandad se
volvió totalitaria, conquistadora, exterminadora... concibió la
Providencia a la manera del Antiguo Testamento. Sólo Israel podía
resistir a Roma porque era el único que se le parecía, de modo
que el naciente cristianismo llevaba la mácula romana ya antes de
ser la religión oficial del Imperio.
Dios hizo algunas
promesas puramente temporales a Moisés y a Josué en una época en
que Egipto se había encaminado hacia la salvación eterna del alma.
Con su rechazo de la revelación egipcia, los hebreos tuvieron el
Dios que se merecían: un Dios carnal y colectivo que hasta el exilio
no le habló al alma de nadie (a no ser tal vez en los Salmos)... De
todos los personajes del Antiguo Testamento, sólo Abel, Enoc, Noé,
Melquisedec, Job y Daniel son puros. No es de extrañar que un pueblo
de esclavos fugitivos, conquistadores de una tierra paradisíaca,
acondicionada por laboriosas colonizaciones en las que no habían
participado en absoluto, y a las que destruyeron mediante matanzas...
No es de extrañar que haya tanto daño en una civilización – la
nuestra – viciada en su base y hasta en su inspiración por esa
tremenda mentira. La maldición de Israel pesa sobre la cristiandad.
Las atrocidades, la Inquisición, las exterminaciones de herejes y de
infieles, eran Israel. El capitalismo era Israel ( y lo sigue siendo
en cierta medida...) El totalitarismo es Israel, y especialmente lo
es en el caso de sus peores enemigos.
No puede haber
contacto personal entre el hombre y Dios si no es a través de la
persona del Mediador. Fuera del Mediador, la presencia de Dios en el
hombre no puede ser sino colectiva, nacional. Israel escogió al Dios
nacional al tiempo que rechazaba al Mediador; puede que en ocasiones
tendiera hacia el verdadero monoteísmo, pero siempre volvía a caer,
y no podía evitarlo, en el Dios tribal.
…
Israel puedo
resistírsele a Roma porque su Dios, aunque inmaterial, era un
soberano temporal que se hallaba a la altura del Emperador, y gracias
a eso pudo nacer el cristianismo.
…
Los judíos, ese puñado
de desarraigados, provocaron el desarraigo de todo el globo
terráqueo. Su papel en el cristianismo ha hecho de la cristiandad
algo desarraigado en relación con su propio pasado. La tentativa de
reimplantación en el Renacimiento fracasó porque tenía una
orientación anticristiana. La tendencia de las Luces de 1789, del
laicismo, etc., aumentaron enormemente el desarraigo mediante la
mentira del progreso. Y la Europa desarraigada desarraigó al resto
del mundo mediante la conquista colonial. El capitalismo y el
totalitarismo forman parte de este proceso de avance en el
desarraigo. Antes que ellos, Asiria en Oriente y Roma en Occidente ya
habían desarraigado por la espada.
El cristianismo
primitivo fabricó el veneno de la noción de progreso con la idea de
la pedagogía divina que forma a los hombre con el fin de hacerlos
aptos para recibir el mensaje de Cristo. Esto concordaba con la
esperanza de la conversión universal de las naciones y del fin del
mundo como fenómenos inminentes. Pero como ninguno de los dos se
produjo, diecisiete siglos después de la prolongación de dicha
noción de progreso, rebasó el momento de la Revelación cristiana.
Y desde entonces iba a volverse contra el cristianismo. El resto de
los venenos integrados en la verdad del cristianismo son de origen
judío. Este en concreto es específicamente cristiano.
La metáfora de la
pedagogía divina disuelve el destino individual, que sólo cuenta
para la salvación, dentro del destino de los pueblos.
El cristianismo
pretendió hallar una armonía en la historia. Ese es el germen de
Hegel y de Marx. La noción de historia como continuidad dirigida es
cristiana.
Creo que existen pocas
ideas más completamente fallidas que esa. Buscar la armonía en el
devenir, en lo que es contrario a la eternidad. Mala unión de
contrarios.
El humanismo y lo que
del mismo se desprende no es un regreso a la antigüedad, sino un
desarrollo de venenos anteriores al cristianismo.
El amor sobrenatural
sí es libre. Cuando se le quiere forzar, se le acaba sustituyendo
por un amor natural. Pero, a la inversa, la libertad sin amor
sobrenatural, como la de 1789, es una libertad completamente vacía,
una mera abstracción, sin posibilidad ninguna de ser real alguna
vez.”
Simone Weil, con su
visión descarnada del judaísmo (“He endurecido su corazón para
que no entiendan mi palabra”, Isaías 6, 9-10) y su apuesta por ese
amor sobrenatural que
sigue presente en sus ensayos, hoy estaría de pie, vistiendo el mono azul de miliciana junto a la Columna Durruti, protegiendo en su marcha a un grupo de niños y niñas
judíos y palestinos.
*Simone Weil se alistó en la Columna Durruti y cruzó el Ebro con sus compañeros en agosto de 1936