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Friday 22 January 2021

¿Quedamos para cenar?

  



       [imagen: La cocina, collage-digital, ilustración de Toni Belmonte, en www.tonibelmonte.com]

                                                                           

El chico moreno de rizos, el más tímido de la clase de Dibujo del Natural, se había molestado en limpiar su piso de estudiante para invitarme a cenar. Lejos de pensar en una encerrona, yo estaba encantada de poder compartir con él su reconfortante timidez. Al llamar al timbre del tercero sin ascensor, entornó la puerta, y abriendo su redondeada y carnosa boca como boquean los peces cuando salen a la superficie a respirar, me indicó el lugar donde estaba la cocina, a mitad del interminable pasillo y antes de llegar al aseo.


La cocina era antigua y bastante destartalada. Las luces, como en casi todas las cocinas que necesitan una buena reforma, conformaban una lúgubre estancia. Mejor, pensé, así no se veía directamente la mugre que yo sospechaba existía por todos los rincones.


El aroma en la cocina, sin embargo, era delicioso. Sobre uno de los fogones de gas, en una cacerola de porcelana esmaltada que se había llevado más de un golpe, borboteaba una salsa de color rojo intenso. Sobre la encimera rodó un tomate, queriendo escaparse de la desorbitada hoja de acero de un enorme cuchillo de inapropiadas dimensiones que había sido utilizado para cortar en juliana unas cuantas verduras y que reposaba amenazante, cubierto de un sospechoso reguero de aguado carmesí. Mi glándula pituitaria identificaba en un primer plano la cebolla y el tomate y continuaba, si afinaba bien, hasta detenerse en la irresistible albahaca.


Durante unos minutos hablamos como si estuviésemos dentro de una pecera. Nadábamos al son de la música de un laúd renacentista, deslizándonos armoniosamente por el recinto de aquella descuidada cocina a falta de ser restaurada. Cuando me ofrecía asiento, yo me levantaba a abrir un poco la ventana, entonces él pasaba justo a mi lado cediéndome el paso mientras yo buscaba un par de platos en un armario y esperaba a que me sirviera el vino después de limpiar con un paño delicadamente dos copas con las que brindábamos con parsimonia.


El joven artista en ciernes que dibujaba mujeres desnudas me enseñó los bocetos de un cuaderno. Una serpiente con boca de tiburón se retorcía como si quisiera salir del papel poroso. Le faltaba gemir. No me esperaba ver aquellos apuntes de una criatura que parecía mitológica emergiendo del grueso papel de alto gramaje que la envolvía.


– Una musola –me dijo


Yo miré aquella alargada y desagradable criatura de ojos desorbitados y colmillos afilados. Era una asombrosa réplica en miniatura de un tiburón. Su perfección me inquietó.


– ¿Quieres verla de cerca? – el joven, a sabiendas, chantajeó mi sempiterna curiosidad.


Y dirigiéndose al horno, me señaló una cabeza rodeada de culebras torturadas y retorcidas como la desprevenida musola, que acabaron en un festín pantagruélico digno del más sabroso de los pecados.

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