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Thursday 21 January 2021

El abrazo del dolor

 



         [imagen: El dormitorio, collage-digital, ilustración de Toni Belmonte, en www.tonibelmonte.com]

                                                                           


Siglos antes del Covid-19, la tuberculosis mataba a diestro y siniestro. Hasta en momias egipcias aparecen vestigios de la enfermedad, una de las más antiguas que se conocen.


Laura y Sophie murieron de tuberculosis cuando Edvard aún no había cumplido los quince años. Laura era su madre, falleció con treinta y un años. Sophie era su hermana mayor. Una pálida y frágil adolescente que falleció a los quince años.


Soy tu hermana mayor, te abrazo con mis brazos desnudos, te acojo en tu dolor. Quien quiera puede pensar que soy una malvada vampira que te seduce y te muerde en el cuello. Yo solamente quiero que no te sientas solo ni culpable por haberme sobrevivido. Soy yo, tu madre, tu hermana, la muerte, tu muerte, y no quiero que me sientas como una extraña.


Los hombres tienen miedo de mis largos cabellos pelirrojos enmarañados que caen desordenados sobre tu estirado traje de domingo, haciéndoles enrojecer de vergüenza por el deseo irreverente. Les enfurecen mis níveos brazos desnudos. Si, estoy desnuda porque no me escondo bajo los ropajes de las convenciones sociales.


¿Acaso te avergüenza llorar? Que no sea así. Llorar es inevitable. Yo lo hago desde que me marché inesperadamente. Te he echado de menos todos y cada uno de los días de mi inexistencia y desde allá te grito.


¿Por qué no dejas de pintar el pasado? El dolor es molesto a los ojos de los demás.


Edvard soñó toda la vida con aquel reencuentro, el abrazo que lograra tranquilizarlo durante el resto de su vida. Lo vislumbraba en su imaginación.  Nunca llegó y él quedó a la deriva, con una herida en el pecho, un desgarrado grito atravesando el vacío de su existencia después de aquella precipitada e injusta marcha.

Buscaste en todas las mujeres ese abrazo que te hiciese olvidar tanta desgracia. Ni siquiera el traje de nuestro severo padre que nos llevaba a la iglesia a escucharle recitar la palabra e interceder por nuestros pecados, ni siquiera pecar, ni siquiera rezar, te ayudará tanto como ese abrazo carnal que solamente yo te puedo dar.


Deja que el mundo se escandalice. Ese no es nuestro mundo.



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