.libutton { display: flex; flex-direction: column;

Friday 22 January 2021

¿Quedamos para cenar?

  



       [imagen: La cocina, collage-digital, ilustración de Toni Belmonte, en www.tonibelmonte.com]

                                                                           

El chico moreno de rizos, el más tímido de la clase de Dibujo del Natural, se había molestado en limpiar su piso de estudiante para invitarme a cenar. Lejos de pensar en una encerrona, yo estaba encantada de poder compartir con él su reconfortante timidez. Al llamar al timbre del tercero sin ascensor, entornó la puerta, y abriendo su redondeada y carnosa boca como boquean los peces cuando salen a la superficie a respirar, me indicó el lugar donde estaba la cocina, a mitad del interminable pasillo y antes de llegar al aseo.


La cocina era antigua y bastante destartalada. Las luces, como en casi todas las cocinas que necesitan una buena reforma, conformaban una lúgubre estancia. Mejor, pensé, así no se veía directamente la mugre que yo sospechaba existía por todos los rincones.


El aroma en la cocina, sin embargo, era delicioso. Sobre uno de los fogones de gas, en una cacerola de porcelana esmaltada que se había llevado más de un golpe, borboteaba una salsa de color rojo intenso. Sobre la encimera rodó un tomate, queriendo escaparse de la desorbitada hoja de acero de un enorme cuchillo de inapropiadas dimensiones que había sido utilizado para cortar en juliana unas cuantas verduras y que reposaba amenazante, cubierto de un sospechoso reguero de aguado carmesí. Mi glándula pituitaria identificaba en un primer plano la cebolla y el tomate y continuaba, si afinaba bien, hasta detenerse en la irresistible albahaca.


Durante unos minutos hablamos como si estuviésemos dentro de una pecera. Nadábamos al son de la música de un laúd renacentista, deslizándonos armoniosamente por el recinto de aquella descuidada cocina a falta de ser restaurada. Cuando me ofrecía asiento, yo me levantaba a abrir un poco la ventana, entonces él pasaba justo a mi lado cediéndome el paso mientras yo buscaba un par de platos en un armario y esperaba a que me sirviera el vino después de limpiar con un paño delicadamente dos copas con las que brindábamos con parsimonia.


El joven artista en ciernes que dibujaba mujeres desnudas me enseñó los bocetos de un cuaderno. Una serpiente con boca de tiburón se retorcía como si quisiera salir del papel poroso. Le faltaba gemir. No me esperaba ver aquellos apuntes de una criatura que parecía mitológica emergiendo del grueso papel de alto gramaje que la envolvía.


– Una musola –me dijo


Yo miré aquella alargada y desagradable criatura de ojos desorbitados y colmillos afilados. Era una asombrosa réplica en miniatura de un tiburón. Su perfección me inquietó.


– ¿Quieres verla de cerca? – el joven, a sabiendas, chantajeó mi sempiterna curiosidad.


Y dirigiéndose al horno, me señaló una cabeza rodeada de culebras torturadas y retorcidas como la desprevenida musola, que acabaron en un festín pantagruélico digno del más sabroso de los pecados.

Thursday 21 January 2021

El abrazo del dolor

 



         [imagen: El dormitorio, collage-digital, ilustración de Toni Belmonte, en www.tonibelmonte.com]

                                                                           


Siglos antes del Covid-19, la tuberculosis mataba a diestro y siniestro. Hasta en momias egipcias aparecen vestigios de la enfermedad, una de las más antiguas que se conocen.


Laura y Sophie murieron de tuberculosis cuando Edvard aún no había cumplido los quince años. Laura era su madre, falleció con treinta y un años. Sophie era su hermana mayor. Una pálida y frágil adolescente que falleció a los quince años.


Soy tu hermana mayor, te abrazo con mis brazos desnudos, te acojo en tu dolor. Quien quiera puede pensar que soy una malvada vampira que te seduce y te muerde en el cuello. Yo solamente quiero que no te sientas solo ni culpable por haberme sobrevivido. Soy yo, tu madre, tu hermana, la muerte, tu muerte, y no quiero que me sientas como una extraña.


Los hombres tienen miedo de mis largos cabellos pelirrojos enmarañados que caen desordenados sobre tu estirado traje de domingo, haciéndoles enrojecer de vergüenza por el deseo irreverente. Les enfurecen mis níveos brazos desnudos. Si, estoy desnuda porque no me escondo bajo los ropajes de las convenciones sociales.


¿Acaso te avergüenza llorar? Que no sea así. Llorar es inevitable. Yo lo hago desde que me marché inesperadamente. Te he echado de menos todos y cada uno de los días de mi inexistencia y desde allá te grito.


¿Por qué no dejas de pintar el pasado? El dolor es molesto a los ojos de los demás.


Edvard soñó toda la vida con aquel reencuentro, el abrazo que lograra tranquilizarlo durante el resto de su vida. Lo vislumbraba en su imaginación.  Nunca llegó y él quedó a la deriva, con una herida en el pecho, un desgarrado grito atravesando el vacío de su existencia después de aquella precipitada e injusta marcha.

Buscaste en todas las mujeres ese abrazo que te hiciese olvidar tanta desgracia. Ni siquiera el traje de nuestro severo padre que nos llevaba a la iglesia a escucharle recitar la palabra e interceder por nuestros pecados, ni siquiera pecar, ni siquiera rezar, te ayudará tanto como ese abrazo carnal que solamente yo te puedo dar.


Deja que el mundo se escandalice. Ese no es nuestro mundo.



Sunday 10 January 2021

La testa di Golia

 


                                                


                 [El salón-comedor, collage digital, ilustración de Toni Belmonte, www.tonibelmonte.com]        
                                                                     

Miguel Ángel Caravaggio se encontraba en el comedor del barrio de Valdeacederas en Madrid, confinado desde hacía más de diez días. Era una persona trabajadora, pero también muy orgullosa y terca. Resultaba difícil llevarse bien con él. Sin embargo, cuando estaba solo, Miguel Ángel era muy tranquilo: apenas discutía consigo mismo.


Se consideraba una persona sencilla. Lo único que le ocurría es que no podía soportar el engreimiento de la sociedad, y por eso, de vez en cuando, le entraba su mal carácter, la mala leche como decía su hermana. Prefería a la gente del pueblo frente a la arrogancia de los que ostentan el poder, ya sea la corona, la curia, los políticos y mandamases o las multinacionales. Tampoco era tan difícil de entender. Sin embargo, por lo general era un hombre que no encajaba en el trabajo, ni en la cola del supermercado o incluso si compartía un banco en un parque; siempre salía discutiendo con alguien.


Así que el confinamiento no le afectó gran cosa. Al principio.


A la hora de comer, encendía todos los días la televisión por seguir la pista de la evolución del virus, el conteo como lo llamaban, de las comunidades autónomas perimetradas, a nivel nacional, a nivel europeo, a nivel internacional. Cifras de positivos, de ingresos en la UCI, de tasas de contagio, noticias sobre infracciones y modificaciones en la normativa. Los programas de noticias podían durar horas y horas con el mismo tema. Al final enlazaba los programas del mediodía con los de la cena y después continuaba hasta pasada la medianoche.


Con las semanas, la caja tonta, que parecía una puerta de microondas dispuesta a servir en bandeja una calamidad detrás de otra, se fue transformando sin apenas darse cuenta en un inmenso Goliat, devorándole la moral con titulares y noticias con verdades a medias que parecían diseñadas adrede para amedrentar a la gente normal y corriente como él.


Entendió que su gran pelea consistiría en derrotar a aquel desvergonzado gigante intoxicador para que sirviera como disuasorio de todo el ejército de filisteos impostores que estaban detrás de él y que parecían sacarle burla desde el otro lado.


Diseñó una estrategia. Primero tímidamente decidió solamente encender la televisión a las horas de las comidas y las cenas. Después, fue recortando las cenas porque entonces le resultaba más difícil apagar el aparato y eso que tenía la facilidad de poder hacerlo desde el mando a distancia con un solo movimiento de su dedo índice. Decidió invertir el tiempo de los telediarios en escuchar música, tirar de biblioteca como solamente podía hacer durante las vacaciones y hacerse platos distintos para matar el gusanillo del hambre y del aburrimiento.


Goliat agonizaba sin tanta audiencia, con expresión de terror en su mirada.


Al cabo de una lucha de más de tres meses, con la moral alta y el claro convencimiento de que aquel asesinato no había sido en vano, Miguel Ángel alzó sin piedad la cabeza degollada del gigante.


Por un momento, se sintió elegido entre los mortales, un pobre hombre en ERTE que pasaron a ERE sin avisar, amante de la vida sencilla, desterrado como muchos otros a un cruel confinamiento mental, había conseguido tritutar a todas las cadenas que luchaban por corromper su paz y atemorizarlo al máximo.


Mirando emocionado su plato de loza inglesa, degustó un trocito de berenjena al que le había añadido una cucharadita de miel de romero. Aquel bocado le supo a gloria.

Wednesday 6 January 2021

EL BAÑO REVOLUCIONARIO

                     

 

     
           [imagen: El baño, ilustración de Toni Belmonte, disponible en www.tonibelmonte.com]

                                                                       
    

Mary Anne Charlotte Corday dispuso todos los perfumes sobre el estante debajo del espejo circular. Eternity, J'adore, La vie est belle, Black Opium, Cacharel. La estancia estaba impregnada por los aromas que irradiaban todas aquellas fragancias ligeramente almibaradas con notas de sándalo, jaipur, flor blanca, magnolia, fresia, jazmín y azahar. El oxígeno resultaba más exquisito que en ninguna otra habitación de aquel esplendoroso hotel parisino. Para Charlotte, como prefería que la llamaran, la salle de bain era su lugar elegido, el más placentero.

Dos siglos después, veía perfectamente su fantasma transitando por el espejo.

En aquel exclusivo cuarto de baño de diseño subversivo, resaltaba el distinguido lavabo de mármol de Carrara junto al mosaico en color canto de río del suelo, que realzaba el sencillo y minimalista trazado de los grifos. La alfombra, de lana cruda con flecos, yacía sobre el suelo esperando a que la joven de largos cabellos castaños saliera de la bañera y se deslizara sobre ella mientras se preparaba para la visita prevista aquella tarde. Charlotte estaba a punto de hacer un gran servicio a Francia.

Lo vio todo reflejado en el espejo.

Charlotte no era contra-revolucionaria y acabó siendo la más subversiva. Hija de la nobleza sin posibles, cuando murió su madre a los trece años, fue enviada por su padre junto a sus dos hermanas menores a un convento donde pudieran ser atendidas y debidamente educadas. Allí se acabó de convertir en una joven bastante rara, todo el día leyendo a los clásicos y obsesionada por transformarse en la heroína de su propia tragedia.

A sus veintitrés años, armada de entereza, consiguió salir del convento para ser acogida por su vieja tía, Madame de Bretteville, que vivía en Caen. Comenzó a reunirse con los girondinos proscritos y fugitivos, tejiendo con aplomo y paciencia el momento adecuado para acabar con la vida de Jean-Paul Marat, el enemigo público de los girondinos, un jacobino que representaba para ella la tiranía, la injusticia y la mentira en estado puro. Se presentó en París el 11 de julio de 1793, alojándose en el Hôtel de la Providence, dispuesta a todo.

Mientras se acicalaba en el baño del hotel, el pasado que sería su futuro se coló por la luna inoportuna del espejo circular.

Al ser atendida por su víctima precisamente en la salle de bain, se dio de bruces con una figura delicada y macilenta que le inspiró más caridad que otra cosa. No obstante, no debía flaquear. Debajo del tocado de tela adivinaba el pálido semblante del monstruo que firmaba condenas a muerte a diestro y siniestro con su puño y letra. Había esperado mucho aquel momento; se había desplazado a propósito desde Normandía. No titubeó, engatusándolo con desvelarle los secretos más importantes para el bienestar de la República. Marat se dejó fácilmente embaucar por los halagos de aquella jovencita delatora e inexperta a la que doblaba en edad en la intimidad de su aposento favorito.

Ella le fue dictando uno a uno los nombres de diputados refugiados en Caen mientras el cabecilla revolucionario completaba su interminable lista. Absorto como estaba anticipando las decapitaciones de aquellos desgraciados, no le dio tiempo a reaccionar.

Con toda la fuerza que fue capaz de reunir, Charlotte apuñaló a aquel hombre que le doblaba la edad anticipando que sería su cabeza la que rodaría en la guillotina pocos días después. Sacó un enorme cuchillo de mango de ébano y hoja afilada que escondía dentro de su delicado pañuelo de seda y lo clavó en lo más profundo de aquel negro corazón. Abrió el tapón de la bañera. Dejó que aquel sórdido capítulo de la historia se colara por el sumidero, redimida por la sangre de aquel incauto.

Durante su detención, no opuso resistencia alguna.

–Sólo se muere una vez --dijo lacónicamente cuando la prendieron, como solemne descendiente directa que era de Corneille, el reconocido dramaturgo francés.

Al recibir la sentencia de muerte, ni siquiera se esforzó por negar los hechos. Estaba más que convencida del homicidio que había perpetrado.

–He matado a un hombre para salvar a cien mil –la muchacha expresó con calma.

Su cabeza rodó hacia el cesto el 17 de julio de 1793 en la Plaza parisina de la Concordia.

Charlotte mantuvo hasta el final la serenidad de los mártires, la misma con la que durante siglos fue relegada al olvido. La valiente Mademoiselle Corday consiguió que el terror revolucionario comenzara a resquebrajarse en aquel singular cuarto de baño que pasaría a la historia de las infamias.


Saturday 2 January 2021

La noche de los deseos

 

Seudónimo: Cecilia Payne

Título del relato: LA NOCHE DE LOS DESEOS


Después de nueve años trabajando en departamentos de recursos humanos de consultoras de poca monta y malviviendo en un piso de alquiler carísimo en la zona de Embajadores, mi hermana Aurora decidió marcharse de Madrid para intentar la vida en el campo.

Nos habíamos despedido al principio del invierno después del otoño más triste de nuestras vidas. La misma semana que concluyó la desconcertante cuarentena teletrabajando, y temiendo perder más de lo que había perdido ya si miraba hacia atrás en su vida, aprovechó la desescalada durante el comienzo del verano para irse a la aventura. La casualidad la llevó hasta un espectacular macizo montañoso en la provincia de Albacete. Allí encontró, a través de un conocido portal de alquileres, una casa de labranza de dos plantas de la que se enamoró de un flechazo.

No se lo pensó dos veces. La pandemia la pilló en el peor momento, muy harta y muy mayor, como ella misma decía, con ganas de romper con todo y con todos. Así que se puso el mundo por montera y cogió carretera y manta con sus cuatro bártulos hasta descubrir la aldea de Vizcable, en el valle de Nerpio, donde su intuición le dijo de quedarse. Allí parecía haberle estado esperando aquel paisaje de reconfortantes vistas sintiéndose arropada por el murmullo del arroyo del Almez y el canto de los pájaros y conseguir así la tranquilidad que tanto anhelaba.

El primer día no sabía ni por dónde empezar la segunda parte de su vida. Se tumbó en la era, junto a las ruinas del antiguo molino de la torre, y miró al cielo. No necesitaba más para descansar de sus propios pensamientos e intentar otra forma de felicidad.

– Hay que ser humilde para mirar desde aquí abajo hacia allá arriba –escribía en su muro de Facebook.

Publicaba con frenesí ¡ella se había atrevido a saltarse el guión de su vida con valentía! Cuando hablaba, lo hacía de verdad, dando con ello un vivo ejemplo a sus seguidores. Estaba intentando encontrar una ilusión y aquel lugar parecía que le iba a devolver poco a poco las ganas de vivir.

Aurora necesitaba el tiempo que le había robado un trabajo rutinario en la gran ciudad para cuidar de sí misma en aquellos duros momentos. Sin embargo, buscaba dar un paso más. Con el tesón y la fe que siempre la caracterizaron, se compró un telescopio portátil de segunda mano por Amazon y se puso a estudiar astronomía con las clases de YouTube de Julieta Fierro y todos los completos materiales que hay en Internet de institutos aeroespaciales y centros astronómicos y aeronáuticos de todo el mundo. Además, descubrió una aplicación llamada Stellarium, que es un planetario de código abierto donde se muestra el cielo auténtico en 3D, con la que aprendió más rápido que una abubilla a identificar todas las estrellas centelleantes, constelaciones, colas de cometas y supernovas que se encontraban cerca de la zona.

¡Se dio cuenta de que disponía de una bóveda sin contaminación luminosa alguna, un cielo privilegiado para ver estrellas! Todos los días, en cuanto despuntaba la luz, se ponía sus botas de trekking y salía al monte al encuentro de lo que, de acuerdo con lo que le dictaba la geolocalización proporcionada por la aplicación, eran los mejores lugares para localizar cuerpos celestes. Una vez encontraba el lugar perfecto, plantaba su telescopio portátil de Amazon y bajo aquel cielo único, en cuanto caía la tarde, se dedicaba a observar con entusiasmo toda una serie de señales lumínicas a las que nunca había prestado atención. Contemplar el cielo la invitaba a reflexionar y a intentar entender qué le decía el firmamento acerca de lo poca cosa que se sentía sobre la tierra.

Al principio, observaba las estrellas en silencio, intentando prestar toda la atención posible para percibir cualquier cambio por mínimo que fuese. Poco a poco y con intención de potenciar sus capacidades de observación, incorporó un espectacular altavoz Bluetooth conectado a su portátil. Mezclaba con atrevimiento sonidos de distintas densidades espectrales y niveles de energía, experimentando con ruidos rosas, blancos, y de muchos más colores. El resultado era extraordinario: concentrarse durante largo tiempo en el prodigioso firmamento acompañada por la música que iba directa al corazón era una experiencia transformadora de relajación y de calma más allá de lo que podía haber sospechado.

Decidió compartir esa experiencia con el resto de la gente a través de las redes sociales. Llamó a su blog “El lugar de los deseos” y comenzó a funcionar con un éxito inesperado desde las primeras publicaciones en Facebook, Instagram, Twitter y YouTube. Decidió hablar con los propietarios de la finca rural y acondicionó parte de la casa. La quinta no era un establecimiento rural al uso como los que se ofertan en las páginas de ocio. ¡Por supuesto que necesitaba el dinero para poder seguir subsistiendo! Sin embargo, monetizar a toda costa la idea no era lo más importante en su caso. Le interesaba entablar relaciones humanas durante sus encuentros.

Aurora es una conversadora nata que tiene tema para todo el mundo, en la calle y en las redes sociales, así que, a su estilo, todos los días actualizaba su perfil, publicando con método fotografías del asombroso enclave junto con sus reflexiones personales, animando a los usuarios y seguidores a lanzarse a vivir aquella experiencia única de su mano. Como además le encanta cocinar, contaba con sus huéspedes para poner a prueba sus novedosas recetas. Lo suyo era algo muy particular que trascendía los sentidos de la vista, el paladar y el oído. Los nómadas estelares, como los llamaba, porque no había dos cielos iguales, caían cautivados a sus pies presa de sensaciones olfativas y gustativas desconocidas con aquellas creaciones culinarias exquisitas, con lo que las puntuaciones que obtenía de sus seguidores eran insuperables y los comentarios a sus posts, idílicos. Lo bien recibida que estaba siendo su actividad en las redes la animaba a seguir cada día más convencida de que ese camino en su vida era el acertado.

Pronto consiguió lo que otros no llegan a ver hecho realidad nunca, la posibilidad de elegir a sus clientes. Como tampoco estaba obsesionada con hacer caja, cuando entablaba relación con la gente que deseaba alojarse en su casa, si notaba algo que no le acababa de convencer, les decía que no había disponibilidad. Si veía que alguien o algún grupo de gente no le apañaba por lo que fuera, de forma muy educada les daba largas. Prefería no alojar a nadie a sentirse incómoda por presencias no deseadas.

Lo que no sabía, lo suplía con su simpatía y don de gentes. Interpretaba la personalidad y necesidades de sus visitantes ocasionales sin palabras, le bastaba con el WiFi de su escucha atenta, como ella misma lo llamaba. Cuando has vivido el dolor en primera persona es como si pudieras conectar con más facilidad con el dolor ajeno, enseguida lo reconoces. Mi hermana entendía a la mayoría de la gente casi de inmediato, porque todos por lo general tenemos pendiente alguna herida.

Las noches en la Sierra del Segura son realmente misteriosas y mágicas. Aurora inventaba cuentos sobre las estrellas que servían para sanar las heridas del alma y el corazón de sus visitantes.

– En la antigüedad, las estrellas guiaban a los hombres sobre la tierra. Hoy en día pocas personas conocen las constelaciones de cada época del año. Vivimos en zonas de mucha contaminación lumínica y en caso de perdernos, no sabríamos orientarnos. Eso le ocurrió a Pepico, un chico de ocho años que una buena mañana se adentró por la ruta de árboles centenarios como la que veis allí y no encontraba la forma de regresar a su casa. Hasta que no se le ocurrió calmarse, no veía nada, porque parece una tontería pero hasta que no dejas de escucharte a tí mismo y al runrún de tus pensamientos, y no escuchas atentamente a tu alrededor, no puedes ver nada.

Los niños la miraban embobados, eran los que mostraban mayor curiosidad por conocer las formas del cielo y sus nombres, no fuera a ser que se perdieran como le ocurrió a Pepico por el bosque y no supieran volver con sus padres. Los mayores, sin embargo, estaban más interesados en las situaciones e influencias que de esas conjunciones emanaban, sobre todo para entender por qué ellos y el destino se comportaban a veces de forma tan cruel e inesperada. Mi hermana les explicaba con paciencia infinita todo lo que deseaban saber. Y si se les ocurría algo que no sabía, lo consultaba por Internet. Aurora siempre ha sido más lista que los ratones “coloraos”.

El lunes doce de agosto de la primera ola de la pandemia, un grupo familiar llegó con la intención de divisar la lluvia de estrellas. Los padres eran muy cariñosos con sus hijos, que a su vez eran de trato encantador. Una cosa parecía consecuencia lógica de la otra y a la inversa. La familia Martínez Roldán te enamoraba con verla y te acababa de conquistar al conocerla. Se parecía a la familia que Aurora había disfrutado en un pasado muy reciente si se tomaban como referencia las distancias entre las estrellas y otros cuerpos celestes.

Aquella madrugada se produciría una espectacular lluvia de meteoritos y todos tendrían la oportunidad de hacer realidad sus deseos.

– Las Perseidas – les estuvo contando Aurora – se pasean todos los años por la tierra, aunque es la tierra la que, al girar sobre sí misma, vuelve a pasar por el mismo sitio donde están. Por eso se dejan ver todos los años. Son las esquirlas de la cola de un cometa que chocó contra la tierra en su ruta alrededor del sol y que, en contacto con la atmósfera, generan energía lumínica, la misma que vemos una y otra vez. Parece que estén en movimiento cuando en realidad no es así. La que se mueve es la Tierra. Somos nosotros los que no dejamos nunca de movernos.

Por la tarde mi hermana había estado horneando unas galletas especiales con aroma de vainilla con la forma de estrella con cola que encontró entre los moldes especiales navideños que tenía en una lata redonda de utensilios de repostería. Una vez en su punto, las dejó enfriar y espolvoreó con azúcar glas las treinta y dos piezas que salieron del horno en dos tandas. Las guardó con esmero en una gran caja de latón cuadrada donde solía atesorar dulces y galletas. Las reservó para aquella entrañable familia.

Durante la noche, se dedicarían a localizar estrellas fugaces. Los peques de la familia, dos niños de doce y diez años y una niña de cuatro, estaban revolucionados. Aurora les dio una serie de indicaciones antes de concentrarse en la tarea. Las instrucciones eran que, mientras daban el bocado y saboreaban la galleta con forma de estrella fugaz, cada uno debía pedir mentalmente un deseo. Estaba segura de que, al saborear el dulce, se generaría una sensación única e inolvidable que potenciaría el deseo, sobre todo en los pequeños, que la miraban con esas preciosas caras de asombro.

– Tantos deseos como estrellas fugaces, con cuidado de no empacharse –les decía a sus huéspedes llenos de expectación.

-- Mirad hacia arriba, cerrad los ojos y pensad en el deseo más grande que tengáis en estos momentos. Luego, volvéis a abrir los ojos poco a poco y dejáis marchar vuestro deseo al cosmos. No tengáis prisa, confiad, prestad atención y veréis cómo aparecerán.

La noche transcurrió entretenida. Los niños estaban muy contentos revoloteando por el telescopio de segunda mano que Aurora limpiaba con gel hidroalcohólico cada dos por tres. Cuando los veía, con los ojos cerrados y los bigotes manchados con el azúcar, pensaba que cuando se es niño todo resulta más divertido y cualquier cosa, a poco que te genere curiosidad, te hace feliz.

      – Ahora te toca a tí, Aurora – le dijo el mayor de los Martínez Roldán – ella no había contado con eso, tan pendiente estaba de que fueran ellos los que disfrutasen con toda aquella fiesta.

      Así que mi hermana cerró los ojos y pensó en cuál era el deseo más grande que le gustaría ver cumplido en aquellos momentos.

    Con lágrimas resbalando por sus mejillas desde sus párpados entornados, le pidió al cielo verme.

    Cuando volvió a abrir los ojos, yo parpadeé con toda mi fuerza para que me localizase. La envolví en un abrazo cósmico infinito.

    Me sonrió.

    Ahora sabe que estoy aquí arriba, más cerca de ella de lo que se cree, para seguir ayudándola todos los días en su paso por la tierra.




Fingiré que no te has ido

  FINGIRÉ QUE NO TE HAS IDO Cuando me levante de madrugada buscando sacudir algún miedo que quedó enredado entre las sábanas. Cuando el...