Seudónimo: Cecilia Payne
Título del relato: LA NOCHE DE LOS
DESEOS
Después
de nueve años trabajando en departamentos de recursos humanos de
consultoras de poca monta y malviviendo en un piso de alquiler
carísimo en la zona de Embajadores, mi hermana Aurora decidió
marcharse de Madrid para intentar la vida en el campo.
Nos
habíamos despedido al principio del invierno después del otoño más
triste de nuestras vidas. La misma semana que concluyó la
desconcertante cuarentena teletrabajando, y temiendo perder más de
lo que había perdido ya si miraba hacia atrás en su vida, aprovechó
la desescalada durante el comienzo del verano para irse a la
aventura. La casualidad la llevó hasta un espectacular macizo
montañoso en la provincia de Albacete. Allí encontró, a través de
un conocido portal de alquileres, una casa de labranza de dos plantas
de la que se enamoró de un flechazo.
No se
lo pensó dos veces. La pandemia la pilló en el peor momento, muy
harta y muy mayor, como ella misma decía, con ganas de romper con
todo y con todos. Así que se puso el mundo por montera y cogió
carretera y manta con sus cuatro bártulos hasta descubrir la aldea
de Vizcable, en el valle de Nerpio, donde su intuición le dijo de
quedarse. Allí parecía haberle estado esperando aquel paisaje de
reconfortantes vistas sintiéndose arropada por el murmullo del
arroyo del Almez y el canto de los pájaros y conseguir así la
tranquilidad que tanto anhelaba.
El
primer día no sabía ni por dónde empezar la segunda parte de su
vida. Se tumbó en la era, junto a las ruinas del antiguo molino de
la torre, y miró al cielo. No necesitaba más para descansar de sus
propios pensamientos e intentar otra forma de felicidad.
–
Hay que ser humilde para mirar desde aquí abajo hacia allá arriba
–escribía en su muro de Facebook.
Publicaba
con frenesí ¡ella se había
atrevido a saltarse el guión de su vida con valentía! Cuando
hablaba, lo hacía de verdad, dando con ello un vivo ejemplo a sus
seguidores. Estaba intentando encontrar una ilusión y aquel lugar
parecía que le iba a devolver poco a poco las ganas de vivir.
Aurora
necesitaba el tiempo que le había robado un trabajo rutinario en la
gran ciudad para cuidar de sí misma en aquellos duros momentos. Sin
embargo, buscaba dar un paso más. Con el tesón y la fe que siempre
la caracterizaron, se compró un telescopio portátil de segunda mano
por Amazon y se puso a estudiar astronomía con las clases de YouTube
de Julieta Fierro y todos los completos materiales que hay en
Internet de institutos aeroespaciales y centros astronómicos y
aeronáuticos de todo el mundo. Además, descubrió una aplicación
llamada Stellarium, que es un planetario de código abierto
donde se muestra el cielo auténtico en 3D, con la que aprendió más
rápido que una abubilla a identificar todas las estrellas
centelleantes, constelaciones, colas de cometas y supernovas que se
encontraban cerca de la zona.
¡Se
dio cuenta de que disponía de una bóveda sin contaminación
luminosa alguna, un cielo privilegiado para ver estrellas! Todos los
días, en cuanto despuntaba la luz, se ponía sus botas de trekking
y salía al monte al encuentro de lo que, de acuerdo con lo que le
dictaba la geolocalización proporcionada por la aplicación, eran
los mejores lugares para localizar cuerpos celestes. Una vez
encontraba el lugar perfecto, plantaba su telescopio portátil de
Amazon y bajo aquel cielo único, en cuanto caía la tarde, se
dedicaba a observar con entusiasmo toda una serie de señales
lumínicas a las que nunca había prestado atención. Contemplar el
cielo la invitaba a reflexionar y a intentar entender qué le decía
el firmamento acerca de lo poca cosa que se sentía sobre la tierra.
Al
principio, observaba las estrellas en silencio, intentando prestar
toda la atención posible para percibir cualquier cambio por mínimo
que fuese. Poco a poco y con intención de potenciar sus capacidades
de observación, incorporó un espectacular altavoz Bluetooth
conectado a su portátil. Mezclaba con atrevimiento sonidos de
distintas densidades espectrales y niveles de energía,
experimentando con ruidos rosas, blancos, y de muchos más colores.
El resultado era extraordinario: concentrarse durante largo tiempo en
el prodigioso firmamento acompañada por la música que iba directa
al corazón era una experiencia transformadora de relajación y de
calma más allá de lo que podía haber sospechado.
Decidió
compartir esa experiencia con el resto de la gente a través de las
redes sociales. Llamó a su blog “El lugar de los deseos” y
comenzó a funcionar con un éxito inesperado desde las primeras
publicaciones en Facebook, Instagram, Twitter y YouTube. Decidió
hablar con los propietarios de la finca rural y acondicionó parte de
la casa. La quinta no era un establecimiento rural al uso como los
que se ofertan en las páginas de ocio. ¡Por supuesto que necesitaba
el dinero para poder seguir subsistiendo! Sin embargo, monetizar a
toda costa la idea no era lo más importante en su caso. Le
interesaba entablar relaciones humanas durante sus encuentros.
Aurora
es una conversadora nata que tiene tema para todo el mundo, en la
calle y en las redes sociales, así que, a su estilo, todos los días
actualizaba su perfil, publicando con método fotografías del
asombroso enclave junto con sus reflexiones personales, animando a
los usuarios y seguidores a lanzarse a vivir aquella experiencia
única de su mano. Como además le encanta cocinar, contaba con sus
huéspedes para poner a prueba sus novedosas recetas. Lo suyo era
algo muy particular que trascendía los sentidos de la vista, el
paladar y el oído. Los nómadas estelares, como los llamaba, porque
no había dos cielos iguales, caían cautivados a sus pies presa de
sensaciones olfativas y gustativas desconocidas con aquellas
creaciones culinarias exquisitas, con lo que las puntuaciones que
obtenía de sus seguidores eran insuperables y los comentarios a sus
posts, idílicos. Lo
bien recibida que estaba siendo su actividad en las redes la animaba
a seguir cada día más convencida de que ese camino en su vida era
el acertado.
Pronto
consiguió lo que otros no llegan a ver hecho realidad nunca, la
posibilidad de elegir a sus clientes. Como tampoco estaba obsesionada
con hacer caja, cuando entablaba relación con la gente que deseaba
alojarse en su casa, si notaba algo que no le acababa de convencer,
les decía que no había disponibilidad. Si veía que alguien o
algún grupo de gente no le apañaba por lo que fuera, de forma muy
educada les daba largas. Prefería no alojar a nadie a sentirse
incómoda por presencias no deseadas.
Lo
que no sabía, lo suplía con su simpatía y don de gentes.
Interpretaba la personalidad y necesidades de sus visitantes
ocasionales sin palabras, le bastaba con el WiFi de su escucha
atenta, como ella misma lo llamaba. Cuando has vivido el dolor en
primera persona es como si pudieras conectar con más facilidad con
el dolor ajeno, enseguida lo reconoces. Mi hermana entendía a la
mayoría de la gente casi de inmediato, porque todos por lo general
tenemos pendiente alguna herida.
Las
noches en la Sierra del Segura son realmente misteriosas y mágicas.
Aurora inventaba cuentos sobre las estrellas que servían para sanar
las heridas del alma y el corazón de sus visitantes.
–
En la antigüedad, las estrellas guiaban a los hombres sobre la
tierra. Hoy en día pocas personas conocen las constelaciones de cada
época del año. Vivimos en zonas de mucha contaminación lumínica y
en caso de perdernos, no sabríamos orientarnos. Eso le ocurrió a
Pepico, un chico de ocho años que una buena mañana se adentró por
la ruta de árboles centenarios como la que veis allí y no
encontraba la forma de regresar a su casa. Hasta que no se le ocurrió
calmarse, no veía nada, porque parece una tontería pero hasta que
no dejas de escucharte a tí mismo y al runrún de tus pensamientos,
y no escuchas atentamente a tu alrededor, no puedes ver nada.
Los
niños la miraban embobados, eran los que mostraban mayor curiosidad
por conocer las formas del cielo y sus nombres, no fuera a ser que se
perdieran como le ocurrió a Pepico por el bosque y no supieran
volver con sus padres. Los mayores, sin embargo, estaban más
interesados en las situaciones e influencias que de esas conjunciones
emanaban, sobre todo para entender por qué ellos y el destino se
comportaban a veces de forma tan cruel e inesperada. Mi hermana les
explicaba con paciencia infinita todo lo que deseaban saber. Y si se
les ocurría algo que no sabía, lo consultaba por Internet. Aurora
siempre ha sido más lista que los ratones “coloraos”.
El
lunes doce de agosto de la primera ola de la pandemia, un grupo familiar llegó
con la intención de divisar la lluvia de estrellas. Los padres eran
muy cariñosos con sus hijos, que a su vez eran de trato encantador.
Una cosa parecía consecuencia lógica de la otra y a la inversa. La
familia Martínez Roldán te enamoraba con verla y te acababa de
conquistar al conocerla. Se parecía a la familia que Aurora había
disfrutado en un pasado muy reciente si se tomaban como referencia
las distancias entre las estrellas y otros cuerpos celestes.
Aquella
madrugada se produciría una espectacular lluvia de meteoritos y
todos tendrían la oportunidad de hacer realidad sus deseos.
–
Las Perseidas – les estuvo contando Aurora – se pasean todos los
años por la tierra, aunque es la tierra la que, al girar sobre sí
misma, vuelve a pasar por el mismo sitio donde están. Por eso se
dejan ver todos los años. Son las esquirlas de la cola de un cometa
que chocó contra la tierra en su ruta alrededor del sol y que, en
contacto con la atmósfera, generan energía lumínica, la misma que
vemos una y otra vez. Parece que estén en movimiento cuando en
realidad no es así. La que se mueve es la Tierra. Somos nosotros los
que no dejamos nunca de movernos.
Por
la tarde mi hermana había estado horneando unas galletas especiales
con aroma de vainilla con la forma de estrella con cola que encontró
entre los moldes especiales navideños que tenía en una lata redonda
de utensilios de repostería. Una vez en su punto, las dejó enfriar
y espolvoreó con azúcar glas las treinta y dos piezas que salieron
del horno en dos tandas. Las guardó con esmero en una gran caja de
latón cuadrada donde solía atesorar dulces y galletas. Las reservó
para aquella entrañable familia.
Durante
la noche, se dedicarían a localizar estrellas fugaces. Los peques de
la familia, dos niños de doce y diez años y una niña de cuatro,
estaban revolucionados. Aurora les dio una serie de indicaciones
antes de concentrarse en la tarea. Las instrucciones eran que,
mientras daban el bocado y saboreaban la galleta con forma de
estrella fugaz, cada uno debía pedir mentalmente un deseo. Estaba
segura de que, al saborear el dulce, se generaría una sensación
única e inolvidable que potenciaría el deseo, sobre todo en los
pequeños, que la miraban con esas preciosas caras de asombro.
–
Tantos deseos como estrellas fugaces, con cuidado de no empacharse
–les decía a sus huéspedes llenos de expectación.
-- Mirad
hacia arriba, cerrad los ojos y pensad en el deseo más grande que
tengáis en estos momentos. Luego, volvéis a abrir los ojos poco a
poco y dejáis marchar vuestro deseo al cosmos. No tengáis prisa,
confiad, prestad atención y veréis cómo aparecerán.
La noche transcurrió entretenida. Los niños estaban
muy contentos revoloteando por el telescopio de segunda mano
que Aurora limpiaba con gel hidroalcohólico cada dos por
tres. Cuando los veía, con los ojos cerrados y los bigotes
manchados con el azúcar, pensaba que cuando se es niño todo
resulta más divertido y cualquier cosa, a poco que te genere
curiosidad, te hace feliz.
– Ahora te toca a tí, Aurora – le dijo el mayor de
los Martínez Roldán – ella no había contado con eso, tan
pendiente estaba de que fueran ellos los que disfrutasen con
toda aquella fiesta.
Así que mi hermana cerró los ojos y pensó en cuál era el
deseo más grande que le gustaría ver cumplido en aquellos
momentos.
Con lágrimas resbalando por sus mejillas desde sus
párpados entornados, le pidió al cielo verme.
Cuando volvió a abrir los ojos, yo parpadeé con toda mi
fuerza para que me localizase. La envolví en un abrazo
cósmico infinito.
Me sonrió.
Ahora sabe que estoy aquí arriba, más cerca de ella de
lo que se cree, para seguir ayudándola todos los días en su
paso por la tierra.