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Sunday 31 July 2022

Amigo o la lealtad imposible

Mi compañera Eleilatina me regaló un poemario de Ana Merino por mi cumpleaños. Fue en un momento personal muy difícil hace dos años, que coincidió además con la pandemia. El poemario se titula Los días gemelos. Lo leí con mucha ilusión. Me pareció un regalo extraordinario.

Eleilatina me dijo que había trabajado con Ana en la universidad de Iowa y que es una mujer arrolladora. Que es muy brillante académicamente, catedrática y fundadora del MFA de Escritura creativa en español en aquella universidad donde, al parecer, no la trataron muy allá -me siguió refiriendo Eleilatina- Al final, ¡ya ves tú lo que son las cosas! ha salido ganando ¡acabó llevándose el premio Nadal 2020, jajaja! Gracias a los problemas que tuvo en el entorno universitario, entendí que a lo que se refería es que Ana había decidido centrarse más en escribir. Una opción muy inteligente por su parte, desde luego.

Escuché por casualidad a la autora hablar en una entrevista por la radio. No le había dado tiempo a presentar, precisamente por el confinamiento, aquella novela con la que había conseguido el premio Nadal. Poco después, coincidencias de la vida, me encontré con la novela El mapa de los afectos, con ese título precioso, en la habitación de mi hermana pequeña. Allí la devoré con fruición en tres días. Entendí por qué efectivamente la escritora viene de la poesía, ¡qué delicia de historias y de textos!

Me pregunté alguna que otra vez qué estaría escribiendo Ana sin saberlo. Hace un par de semanas me tropecé con su última novela, Amigo, que se publicó en febrero, en la librería Noviembre de Benicàssim. La abrí con arrobo y admiración. La portada, de la ilustradora rusa Marina Nazarova, es muy veraniega, muy sugerente, como los títulos que elige la escritora para sus obras ¡Qué buen gusto que tiene esta mujer! La abrí con reverencia, la olí, más bien la husmeé. Me abalancé sobre ella. La llevé en una bolsa de papel y no pude esperar. Me senté en un banco frente al mar y respiré hondo. Me abalancé literalmente sobre aquellas páginas mientras una chica versionaba con una guitarra acústica que abultaba el doble que ella y una voz inolvidable el tema Mad World. A veces no me queda otra que creer en las confabulaciones espontáneas del universo. Que lo diga la luna llena de aquel atardecer. Fue comenzar a leer sobre Inés Sánchez Cruz, la investigadora mejicana que trabaja en la universidad de Milwaukee, y enseguida entendí que esta novela le ha tenido que servir a Ana para exorcizar sus propios demonios, esos que la quisieron succionar en el entorno universitario de un máster de escritura creativa. Así que, titulándose Amigo, no hay que ser muy espabilada para saber que allí se escondía una traición.

El Amigo del título alude a Joaquín Amigo, amigo de Federico García Lorca, que fue un amigo de los de verdad. La estancia de Inés en la famosa Residencia madrileña de estudiantes le hace disponer del tiempo y el momento preciso en el que ir encajando algunas piezas de su historia personal teniendo como trasfondo el transcurrir del universo de relaciones personales lorquiano.

La deslealtad te rompe, es vejatoria. Ni siquiera el extraño uso de la tercera persona para narrar consigue que haya distanciamiento con todo lo que está sufriendo Inés. Hay una escena, para mí definitiva, que resume claramente el desconcertante y ominoso estado en el que queda esa entregada investigadora que no sabe ni cómo seguir adelante. Sin embargo, hallará un camino, aunque sea en una explicación tan inverosímil como encontrarle un doble al amigo desleal para poder así atribuirle todas las barbaries y no suframos por no entender semejante forma de proceder. Parece que nuestra heroína se salvará, aunque le tengamos que perdonar que los nombres que elige para el original y el doble sean bien grotescos y difíciles de pronunciar ¡no digamos ya en inglés!

Amigo se escribe con mayúscula, aunque la lealtad es un gran valor que parece imposible de mantener, pasado de moda.



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