El monasterio de San Salvador de Celanova en Orense funcionó como prisión franquista desde 1936 hasta 1943. Las cárceles franquistas fueron campos de concentración, lugares de mucho sufrimiento. La guerra lo engulló todo y desde 1936 nació lo que se llamaba la prisión “habilitada”: castillos, cuarteles, ayuntamientos, conventos, monasterios, cines, fábricas, colegios, plazas de toros y campos de fútbol se convirtieron en una improvisada red de centros de detención donde se albergaban enormes contingentes de presos y detenidos.
Si conseguías salvar la vida, lo que quedaba por delante eran condiciones de vida muy precarias. En un inventario realizado en octubre de 1938 en la prisión de Celanova, para una población en torno a 1200 presos, el material se reducía a 135 platos y 50 cucharas, 276 fundas de almohada y 478 mantas. La enfermería no contaba con ningún tipo de instrumental médico. En diciembre de 1939 una comunidad de religiosas comenzó a encargarse de los servicios de cocina, enfermería y lavandería.
En su mayor parte, 870 de los 1.252 presos que hubo en 1938 eran originarios de Asturias. El espectro de edades era muy amplio: desde aquellos que ni siquiera habían alcanzado la mayoría de edad legal hasta septuagenarios. Sin embargo, el núcleo más importante tenía entre 20 y 39 años (789 presos) y el estado civil del 59% de presos era casados.
La escritora Concha López Sarasúa nació en Mieres. Marchó de allí a Madrid cuando tenía 15 años. Durante las vacaciones de Navidad de 1942 acompañó a su güela en un viaje que solían hacer las mujeres para poder estar cerca de los presos, aunque ni siquiera pudiesen verlos todo lo que deseaban. “¿Dónde pararás esta vez? -En casa de Tita la de Mondoñedo, como siempre” Esperaban los indultos. Las mujeres se hospedaban en cualquier casa con derecho a cocina y allí, unas a otras se daban apoyo. La güela Jesusa tiene preso a su hijo Paco en la cárcel de Celanova (Ourense), Cesárea a su hermano. Carmiña es la novia de Paco y le advierte a Chita, la niña absoluta protagonista de esta novela, que no sea “cachifa” (traviesa) porque así sor Inés, que está en la enfermería de la prisión, quizá la deje entrar. Y Chita, esa niña curiosa e inquieta, nos va llevando por el lenguaje, los presos, las mujeres, el estraperlo, los relatos, las risas, las supersticiones, salpicados de expresiones en bable. El lenguaje de la novela es lo mejor, dibuja perfectamente a los personajes dándoles veracidad y auténtica cercanía.
No me explico cómo, después de tantos años, la autora conservó intacta la mirada de su infancia consiguiendo que su visión de adulta no contaminara el texto. No me explico cómo, detrás de toda la tristeza y el dolor de esa experiencia de las cárceles, dota al texto de ternura, costumbrismo rural y comicidad. Eso es lo que llaman rescatar del olvido, esa es la auténtica magia de la escritura.
En la contraportada del libro, Concha sonríe vistiendo una camisa blanca junto a una máquina de escribir con la que escribiría las páginas de su novela. Se ha quitado las gafas para mirar a la cámara. Puedo leer sobre las cárceles franquistas datos y datos. Pero la escritora ha puesto alma a todos esos personajes, les ha dado vida. Y ese es el don secreto de la literatura. Yo, sin conocerla, le doy las gracias a su hija porque insistió en que tenía que leer “la novela de mamá” y así me dejó compartir ese trozo de la infancia de Concha, su madre, y eso me parece extraordinario.
López Sarasúa, C. (1993). Celanova 42: La España rural de la posguerra.
Teijeiro, D. R. (1995). La prisión del Monasterio de Celanova, 1936-1943. Un análisis de la población reclusa. Minius, (4), 103-115.
Gracias, Lola, por este artículo tan cercano sobre la novela más autobiográfica de mi madre, a la que ella le tuvo siempre tanto aprecio, por constituir un homenaje a su familia.
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