Y ahí estaba yo, una noche de
invierno de 1984. Sin ni siquiera sospechar que aquel chico inglés con el que
no me importó compartir un ron Negrita con Coca cola era el mismísimo Joe
Strummer, el cantante de The Clash,
el grupo al que adoraba con locura. Los dos vestíamos de luto riguroso. Y no
fue esa la única ocasión en que coincidí con él. Pero todo eso lo descubrí unos
cuantos años más tarde.
Él llevaba una gorra negra donde
se leía “Out of control”. Yo llevaba una chapa que indicaba abiertamente “I’m a mess”. Y allí estuvimos, haciendo bromas y bailando con entrega “A message
to you Rudy” de The Specials,
dejándonos caer sobre los butacones de escay.
Así que, mientras él cantaba “Rudy can’t fail”, yo le preguntaba:
– Pero entonces, ¿tú crees que es el mismo Rudy de
“A message to you Rudy”, o no? y se reía a carcajadas. ¡Cómo iba a saber yo
entonces que podía ser él! Vamos, es que, ni por casualidad.
El Silbar, todo camisetas arremangadas y cueros negros, era un local
oscuro en rojo y negro donde convivían los tupés de rockabillies de los Cero con la estética más radical de los KGB,
los TNT, unos punkis más simpáticos que los del norte.
Entonces ninguno teníamos un duro. “Te voy a dar un beso tan rico que te voy a
sacar de pobre” decía un grafitti cercano al local. Nos alimentábamos de speed y música,
de katovit y poesía, de dexedrina y surrealismo puro y duro. Yo
intentaba llevar lo más parecido a una vida universitaria normal, pero me dispersaba.
Lo típico, vas derivando de una cosa a otra hasta que resulta que no te
acuerdas ni de por dónde debías de seguir.
¿Cómo era Granada entonces?
Provinciana y cateta, llena de embrujo y momentos sorprendentes. El paseo de
los tristes, el Albaicín, las cuestas, ¡cuántos recuerdos! Yo vestía como un
chico. Esa rebeldía mía. A toda costa. Como la de Joe cantando Rude and reck-less, crude and feck-less,
looking cool and speck-less. Saltábamos al ritmo de esa música que concentraba toda nuestra furia llena de energía sin cauce. Rabia por no tener ni idea de qué va a ser
de ti. Impotencia por intuir que, hagas lo que hagas, el sistema te va a acabar
devorando si es que no te pega una patada en la boca antes de tiempo. Éramos
activistas, rebeldes con causa, militantes a ritmo airado.
Precisamente fue esa gorra la que
me dio la pista, algunos años después, de que aquel chico tan inglés y tan
tímido tuvo que ser Joe Strummer sin yo saberlo. Fue con motivo de la
publicación de una foto donde está él con Jesús Arias en el
mirador de San Nicolás. Al fondo, la Alhambra y la vista más impresionante que se pueda uno imaginar.
[fuente: https://bit.ly/2JvNLvf]
Un par de años más tarde de aquel
inconsciente encuentro con Joe Strummer en el Silbar, fue en el 86, trabajé todo el verano como becaria en
prácticas (entonces no existían aún este tipo de contratos) en un colegio de
jesuitas de la provincia de Jaén. Un día, me dejaron organizar una clase de
inglés y yo la dediqué en parte a escuchar varios temas de The Clash. La experiencia fue un absoluto desastre. El perfil del
público que yo tenía delante no tenía nada que ver con las letras de un grupo
como The Clash. Hubiéramos escuchado
a The Beatles, se hubieran quedado
todos más conformes y contentos. Et voilà,
allí ya fui comenzando a entender que lo que te gusta a ti no tiene por qué
gustarle precisamente al resto de la gente. Bien, pues uno de los participantes
en el taller me enseñó un artículo de una revista de música donde aparecía la
foto en blanco y negro donde Joe Strummer llevaba esa gorra, la misma gorra que
llevaba puesta en el Silbar. Me quedé
bastante sorprendida. Y llegué a pensar que gorras como esa habría muchas. Que
sí, pero que, si hubiera sido él, me lo habría dicho desde el principio, que me
tendría que haber dicho algo ¿no? y que no me dijo nada. ¡Si no fuera por el
aspecto tan desaliñado que tenía!
Aquel mismo año, 1984, unos meses después de coincidir en el Silbar,
volví a tropezarme con quien después me di cuenta de que realmente era Joe Strummer,
esta vez en una fiesta en las afueras de Granada. Hacía ya buen tiempo. No sé ni cómo llegué hasta
allí, sí, salía con una amiga. Fue de esas cosas que te llevan y no sabes ni
cómo llegas. Era un local al aire libre y aquello estaba lleno de gente pija, ¡Granada
estaba siempre llena de pijos! En aquella fiesta había mucha gente de derecho,
de los que frecuentaban los pubs por la zona de Pedro Antonio de Alarcón. Yo no
encajaba mucho en aquel sitio. Bueno, ni en aquel, ni en muchos otros sitios. Y
volví a ver al inglés de la gorra. Esta vez no la llevaba. No sabía si se
acordaba de mí. Estaba allí, sirviendo copas, y me dijo -sexy señorita- que en vez de
ron Negrita me pondría un ron Montero.
– ¿Y cómo estás aprendiendo tú tan rápido tantas
cosas? — le dije, porque lo del ron Montero solamente lo sabían los granaínos.
Y se puso a contarme sobre
Federico García Lorca, al que admiraba. Porque estaba tan loco que había
convencido a sus amigos para ir a Viznar, al lugar donde pensaban había sido
asesinado el poeta, a desenterrarlo. Yo no sabía si se estaba quedando conmigo
contándome una cosa así, aunque entonces yo me creía muchas cosas pero algo así
no me lo podía creer. Ahora pienso que seguramente me estaba diciendo la verdad
y que yo era la eterna desconfiada a la que le cuentan cosas auténticas y no se
las cree.
– A ver, aprovecha y pincha el Jimmy Jazz– le dije, como dejando pasar
el tema de puro denso. Y se lo dijo al D.J. y lo tarareamos entero.
Yo, que siento reverencia por absolutamente
todos y cada uno de los temas de London
calling, de Sandinista!, de Cut the crap, tantas maravillas juntas, pensé
que ese chico un poco mayor que yo me estaba vacilando, que sí, que se las
sabía todas, pero que me podía estar tomando el pelo perfectamente ¡eso era lo
que yo pensaba! Entonces eran otros tiempos, no había móviles, ni internet, ni
YouTube. Lo más cercano a los grupos que te gustaban era conseguir alguna foto
de un póster. Tener en tus manos un LP ya era un momento de pseudo-éxtasis, no
teníamos dinero, había vídeos en los pubs, tampoco muchos. Entonces era otra
cosa. ¿Cómo podía yo imaginar que Joe Strummer era ese loco tan tímido y tan
divertido? La de veces que he vuelto a pensarlo, sobre todo desde su muerte en las
navidades de 2002, cuando falleció de repente. Entonces fue cuando comencé a repensar y a revivir
aquellos dos breves encuentros y sobre todo a sentirme sumamente idiota por no
haberlo reconocido en su momento.
Saber entonces, en 1984, que
había estado charlando tranquilamente con Joe Strummer, no hubiera cambiado
absolutamente nada de lo que me ocurrió en años posteriores, está claro, pero
de lo que sí que estoy segura es de que me habría dado muchísima fuerza, mucha esperanza
para enfrentarme al incierto futuro que me esperaba, que hubiera sido como una
señal desde arriba para ir encajándolo todo con más aplomo y convicción. Y ni
me enteré ¡será posible! Ahora revivo esa feliz certeza con emoción y con ternura
hacia esa pálida chica que iba tan crecida y tan errada, que andaba sobrada,
siempre rechazando ayuda, que no supo reconocer ni al mismísimo Dios porque no
imaginaba que fuera a tener la forma de Joe Strummer, con pantalones de pitillo
y zapatillas deportivas, tan cercano, tan divertido, tan sumamente humilde.
Estés donde estés Joe Strummer, que
Dios te bendiga.
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