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Thursday, 4 April 2019

Las escaleras terapéuticas

No lo tuvimos en cuenta cuando nos vinimos a vivir a esta casa. Ni siquiera lo consideramos. La verdad es que no sé cómo dejamos pasar por alto algo así, tan esencial ¡es que ni se nos pasó por la cabeza en su momento! ni caer en la cuenta, vamos, de la evidente y limitada accesibilidad del hogar al que habíamos decidido mudarnos. Es cierto que ya los niños ni eran bebés ni usaban carrito. Sí que saltaban y brincaban con mucha energía, pero temer, temer, lo que se dice temer, no temimos en su momento mucho por ellos.

Yo creo que lo que lo que nos cautivó del inmueble, así, de pronto, fue el espacio, la luz, el buen estado en general en el que se encontraba. Aquello minimizó lo que deberíamos haber observado desde la primera visita como un posible obstáculo en el futuro: las interminables escaleras. Sabíamos que "tenía mucha escalera", dentro y fuera de la vivienda, en el portal y en el interior, para llegar a la puerta de casa y para subir a los dormitorios. Lo sabíamos, pero fue como si no lo pensáramos, o al menos parece ser que en aquel momento nos dio exactamente igual.

Como un barco con diferentes cubiertas, la casa mira hacia todos los puntos cardinales, y eso es, supongo, algo importante. No la oculta ningún otro edificio. Eso está bien. Le da impronta de independencia sin estar aislada. Y es que, sin estar en medio de la calle, prácticamente todo el barrio pasa por delante de la puerta antes o después, camino del gimnasio o del supermercado. Solamente tenemos una familia de vecinos, una pareja joven. Lo primero que se plantearon al venirse a vivir a esta casa-barco fue instalar un ascensor para enlazar las distintas alturas. Seguidamente, cubrieron a cal y canto dos puertas que daban a las escaleras comunes, de forma que ahora solamente nosotros utilizamos las interminables escaleras. Ver lo que antes eran huecos de acceso a otro lugar clausurados supuso al principio una sensación de gran desconcierto, pero es cierto que a la vez le ha dado inusitado protagonismo a los peldaños. Es entrar desde la calle y solamente se ven escaleras y más escaleras que ascienden configurando tres tramos consecutivos. Treinta y siete peldaños hasta llegar a la vivienda.


                                                        [fuente: https://bit.ly/2VqZcG8]

A mí siempre me han encantado las escaleras. En el portal de casa de mis padres recuerdo los cinco enormes escalones que saltábamos como cabras todos los días. Jugábamos a volar. Me costó mucho decidirme a saltarlos todos juntos, pero lo conseguí. Ahora no salto escalones de esa forma, aunque alguna vez, bajando, me he sentido tentada. Lo que sí he descubierto es que las escaleras me ayudan a pensar. Cuando las subo, cuando las bajo. Cuando las subo, cuando vuelvo de la calle, del trabajo. Cuando las bajo, cuando voy hacia el mundo, sea lo que sea lo que me tenga que encontrar.

Y ha sido recientemente cuando he reflexionado más a fondo sobre este fenómeno secreto. Las escaleras, de alguna forma, me están ayudando a coger perspectiva con las cosas que me andan ocurriendo que, bien miradas, son de poca monta, también es cierto, pero yo andaba necesitada de cierta perspectiva, algo donde apoyarme, y estos treinta y siete peldaños han resultado ser mano de santo. Al subir, cojo la distancia suficiente como para saber que mi mundo está protegido. Al bajar, me preparo para enfrentarme a la sorpresa del día a día. Porque el trabajo, la calle, la vida, se ponen a veces insoportables. Así que me imagino un punto allá abajo, “ese punto” es el problema, y avanzo hacia él, me acerco sin miedo, lo rodeo, lo observo, no lo piso, pero no cargo con él. Está ahí abajo. No llega a venirse conmigo. Soy yo la que se acerca y luego se aleja. Esto, que podría parecer una tontería, al menos para mí no lo es. Lo hago sabiendo que tengo una edad, pero he de confesar que me está funcionando. A algo me tenía que agarrar ¡digo yo!

Lo más curioso es que fue la escalera la que me descubrió a mí, no yo a ella. Un día en que volvía a casa mentalmente agotada por tener que enfrentarme a una situación con la que no me atrevía, subí jugueteando los peldaños de dos en dos, de tres en tres, como diciéndome a mí misma, estás agotada pero no hundida, aún te queda mucha fuerza. Y de esta forma tan infantil, engañé a mi ingenua psique, para que siguiera sintiendo que podía con los obstáculos de la vida, que supiera que pasara lo que pasara, siempre sería divertido subir y bajar escaleras de dos en dos, de tres en tres, o saltarlas de a cuatro o de a cinco, como cuando tenía ocho o nueve años. 

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