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Saturday, 2 January 2021

La noche de los deseos

 

Seudónimo: Cecilia Payne

Título del relato: LA NOCHE DE LOS DESEOS


Después de nueve años trabajando en departamentos de recursos humanos de consultoras de poca monta y malviviendo en un piso de alquiler carísimo en la zona de Embajadores, mi hermana Aurora decidió marcharse de Madrid para intentar la vida en el campo.

Nos habíamos despedido al principio del invierno después del otoño más triste de nuestras vidas. La misma semana que concluyó la desconcertante cuarentena teletrabajando, y temiendo perder más de lo que había perdido ya si miraba hacia atrás en su vida, aprovechó la desescalada durante el comienzo del verano para irse a la aventura. La casualidad la llevó hasta un espectacular macizo montañoso en la provincia de Albacete. Allí encontró, a través de un conocido portal de alquileres, una casa de labranza de dos plantas de la que se enamoró de un flechazo.

No se lo pensó dos veces. La pandemia la pilló en el peor momento, muy harta y muy mayor, como ella misma decía, con ganas de romper con todo y con todos. Así que se puso el mundo por montera y cogió carretera y manta con sus cuatro bártulos hasta descubrir la aldea de Vizcable, en el valle de Nerpio, donde su intuición le dijo de quedarse. Allí parecía haberle estado esperando aquel paisaje de reconfortantes vistas sintiéndose arropada por el murmullo del arroyo del Almez y el canto de los pájaros y conseguir así la tranquilidad que tanto anhelaba.

El primer día no sabía ni por dónde empezar la segunda parte de su vida. Se tumbó en la era, junto a las ruinas del antiguo molino de la torre, y miró al cielo. No necesitaba más para descansar de sus propios pensamientos e intentar otra forma de felicidad.

– Hay que ser humilde para mirar desde aquí abajo hacia allá arriba –escribía en su muro de Facebook.

Publicaba con frenesí ¡ella se había atrevido a saltarse el guión de su vida con valentía! Cuando hablaba, lo hacía de verdad, dando con ello un vivo ejemplo a sus seguidores. Estaba intentando encontrar una ilusión y aquel lugar parecía que le iba a devolver poco a poco las ganas de vivir.

Aurora necesitaba el tiempo que le había robado un trabajo rutinario en la gran ciudad para cuidar de sí misma en aquellos duros momentos. Sin embargo, buscaba dar un paso más. Con el tesón y la fe que siempre la caracterizaron, se compró un telescopio portátil de segunda mano por Amazon y se puso a estudiar astronomía con las clases de YouTube de Julieta Fierro y todos los completos materiales que hay en Internet de institutos aeroespaciales y centros astronómicos y aeronáuticos de todo el mundo. Además, descubrió una aplicación llamada Stellarium, que es un planetario de código abierto donde se muestra el cielo auténtico en 3D, con la que aprendió más rápido que una abubilla a identificar todas las estrellas centelleantes, constelaciones, colas de cometas y supernovas que se encontraban cerca de la zona.

¡Se dio cuenta de que disponía de una bóveda sin contaminación luminosa alguna, un cielo privilegiado para ver estrellas! Todos los días, en cuanto despuntaba la luz, se ponía sus botas de trekking y salía al monte al encuentro de lo que, de acuerdo con lo que le dictaba la geolocalización proporcionada por la aplicación, eran los mejores lugares para localizar cuerpos celestes. Una vez encontraba el lugar perfecto, plantaba su telescopio portátil de Amazon y bajo aquel cielo único, en cuanto caía la tarde, se dedicaba a observar con entusiasmo toda una serie de señales lumínicas a las que nunca había prestado atención. Contemplar el cielo la invitaba a reflexionar y a intentar entender qué le decía el firmamento acerca de lo poca cosa que se sentía sobre la tierra.

Al principio, observaba las estrellas en silencio, intentando prestar toda la atención posible para percibir cualquier cambio por mínimo que fuese. Poco a poco y con intención de potenciar sus capacidades de observación, incorporó un espectacular altavoz Bluetooth conectado a su portátil. Mezclaba con atrevimiento sonidos de distintas densidades espectrales y niveles de energía, experimentando con ruidos rosas, blancos, y de muchos más colores. El resultado era extraordinario: concentrarse durante largo tiempo en el prodigioso firmamento acompañada por la música que iba directa al corazón era una experiencia transformadora de relajación y de calma más allá de lo que podía haber sospechado.

Decidió compartir esa experiencia con el resto de la gente a través de las redes sociales. Llamó a su blog “El lugar de los deseos” y comenzó a funcionar con un éxito inesperado desde las primeras publicaciones en Facebook, Instagram, Twitter y YouTube. Decidió hablar con los propietarios de la finca rural y acondicionó parte de la casa. La quinta no era un establecimiento rural al uso como los que se ofertan en las páginas de ocio. ¡Por supuesto que necesitaba el dinero para poder seguir subsistiendo! Sin embargo, monetizar a toda costa la idea no era lo más importante en su caso. Le interesaba entablar relaciones humanas durante sus encuentros.

Aurora es una conversadora nata que tiene tema para todo el mundo, en la calle y en las redes sociales, así que, a su estilo, todos los días actualizaba su perfil, publicando con método fotografías del asombroso enclave junto con sus reflexiones personales, animando a los usuarios y seguidores a lanzarse a vivir aquella experiencia única de su mano. Como además le encanta cocinar, contaba con sus huéspedes para poner a prueba sus novedosas recetas. Lo suyo era algo muy particular que trascendía los sentidos de la vista, el paladar y el oído. Los nómadas estelares, como los llamaba, porque no había dos cielos iguales, caían cautivados a sus pies presa de sensaciones olfativas y gustativas desconocidas con aquellas creaciones culinarias exquisitas, con lo que las puntuaciones que obtenía de sus seguidores eran insuperables y los comentarios a sus posts, idílicos. Lo bien recibida que estaba siendo su actividad en las redes la animaba a seguir cada día más convencida de que ese camino en su vida era el acertado.

Pronto consiguió lo que otros no llegan a ver hecho realidad nunca, la posibilidad de elegir a sus clientes. Como tampoco estaba obsesionada con hacer caja, cuando entablaba relación con la gente que deseaba alojarse en su casa, si notaba algo que no le acababa de convencer, les decía que no había disponibilidad. Si veía que alguien o algún grupo de gente no le apañaba por lo que fuera, de forma muy educada les daba largas. Prefería no alojar a nadie a sentirse incómoda por presencias no deseadas.

Lo que no sabía, lo suplía con su simpatía y don de gentes. Interpretaba la personalidad y necesidades de sus visitantes ocasionales sin palabras, le bastaba con el WiFi de su escucha atenta, como ella misma lo llamaba. Cuando has vivido el dolor en primera persona es como si pudieras conectar con más facilidad con el dolor ajeno, enseguida lo reconoces. Mi hermana entendía a la mayoría de la gente casi de inmediato, porque todos por lo general tenemos pendiente alguna herida.

Las noches en la Sierra del Segura son realmente misteriosas y mágicas. Aurora inventaba cuentos sobre las estrellas que servían para sanar las heridas del alma y el corazón de sus visitantes.

– En la antigüedad, las estrellas guiaban a los hombres sobre la tierra. Hoy en día pocas personas conocen las constelaciones de cada época del año. Vivimos en zonas de mucha contaminación lumínica y en caso de perdernos, no sabríamos orientarnos. Eso le ocurrió a Pepico, un chico de ocho años que una buena mañana se adentró por la ruta de árboles centenarios como la que veis allí y no encontraba la forma de regresar a su casa. Hasta que no se le ocurrió calmarse, no veía nada, porque parece una tontería pero hasta que no dejas de escucharte a tí mismo y al runrún de tus pensamientos, y no escuchas atentamente a tu alrededor, no puedes ver nada.

Los niños la miraban embobados, eran los que mostraban mayor curiosidad por conocer las formas del cielo y sus nombres, no fuera a ser que se perdieran como le ocurrió a Pepico por el bosque y no supieran volver con sus padres. Los mayores, sin embargo, estaban más interesados en las situaciones e influencias que de esas conjunciones emanaban, sobre todo para entender por qué ellos y el destino se comportaban a veces de forma tan cruel e inesperada. Mi hermana les explicaba con paciencia infinita todo lo que deseaban saber. Y si se les ocurría algo que no sabía, lo consultaba por Internet. Aurora siempre ha sido más lista que los ratones “coloraos”.

El lunes doce de agosto de la primera ola de la pandemia, un grupo familiar llegó con la intención de divisar la lluvia de estrellas. Los padres eran muy cariñosos con sus hijos, que a su vez eran de trato encantador. Una cosa parecía consecuencia lógica de la otra y a la inversa. La familia Martínez Roldán te enamoraba con verla y te acababa de conquistar al conocerla. Se parecía a la familia que Aurora había disfrutado en un pasado muy reciente si se tomaban como referencia las distancias entre las estrellas y otros cuerpos celestes.

Aquella madrugada se produciría una espectacular lluvia de meteoritos y todos tendrían la oportunidad de hacer realidad sus deseos.

– Las Perseidas – les estuvo contando Aurora – se pasean todos los años por la tierra, aunque es la tierra la que, al girar sobre sí misma, vuelve a pasar por el mismo sitio donde están. Por eso se dejan ver todos los años. Son las esquirlas de la cola de un cometa que chocó contra la tierra en su ruta alrededor del sol y que, en contacto con la atmósfera, generan energía lumínica, la misma que vemos una y otra vez. Parece que estén en movimiento cuando en realidad no es así. La que se mueve es la Tierra. Somos nosotros los que no dejamos nunca de movernos.

Por la tarde mi hermana había estado horneando unas galletas especiales con aroma de vainilla con la forma de estrella con cola que encontró entre los moldes especiales navideños que tenía en una lata redonda de utensilios de repostería. Una vez en su punto, las dejó enfriar y espolvoreó con azúcar glas las treinta y dos piezas que salieron del horno en dos tandas. Las guardó con esmero en una gran caja de latón cuadrada donde solía atesorar dulces y galletas. Las reservó para aquella entrañable familia.

Durante la noche, se dedicarían a localizar estrellas fugaces. Los peques de la familia, dos niños de doce y diez años y una niña de cuatro, estaban revolucionados. Aurora les dio una serie de indicaciones antes de concentrarse en la tarea. Las instrucciones eran que, mientras daban el bocado y saboreaban la galleta con forma de estrella fugaz, cada uno debía pedir mentalmente un deseo. Estaba segura de que, al saborear el dulce, se generaría una sensación única e inolvidable que potenciaría el deseo, sobre todo en los pequeños, que la miraban con esas preciosas caras de asombro.

– Tantos deseos como estrellas fugaces, con cuidado de no empacharse –les decía a sus huéspedes llenos de expectación.

-- Mirad hacia arriba, cerrad los ojos y pensad en el deseo más grande que tengáis en estos momentos. Luego, volvéis a abrir los ojos poco a poco y dejáis marchar vuestro deseo al cosmos. No tengáis prisa, confiad, prestad atención y veréis cómo aparecerán.

La noche transcurrió entretenida. Los niños estaban muy contentos revoloteando por el telescopio de segunda mano que Aurora limpiaba con gel hidroalcohólico cada dos por tres. Cuando los veía, con los ojos cerrados y los bigotes manchados con el azúcar, pensaba que cuando se es niño todo resulta más divertido y cualquier cosa, a poco que te genere curiosidad, te hace feliz.

      – Ahora te toca a tí, Aurora – le dijo el mayor de los Martínez Roldán – ella no había contado con eso, tan pendiente estaba de que fueran ellos los que disfrutasen con toda aquella fiesta.

      Así que mi hermana cerró los ojos y pensó en cuál era el deseo más grande que le gustaría ver cumplido en aquellos momentos.

    Con lágrimas resbalando por sus mejillas desde sus párpados entornados, le pidió al cielo verme.

    Cuando volvió a abrir los ojos, yo parpadeé con toda mi fuerza para que me localizase. La envolví en un abrazo cósmico infinito.

    Me sonrió.

    Ahora sabe que estoy aquí arriba, más cerca de ella de lo que se cree, para seguir ayudándola todos los días en su paso por la tierra.




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