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Sunday, 19 July 2020

La literatura que nos protege


Juan Benet, Juan Marsé y Juan Goytisolo, en ese preciso orden era como los conocí por primera vez. En el bachillerato de ciencias de los setenta no estudiábamos literatura española contemporánea. Entonces seguía de cerca el boom de la literatura hispanoamericana, leyendo como una esponja lo que adquirían las bibliotecas o podía costearme en ediciones de bolsillo Y de entre los tres juanes que revolucionaban la literatura castellana de los sesenta como los presentaban, desde el primer momento, me decanté por Marsé, quizá porque Últimas tardes con Teresa se dejó leer muy bien por mis verdes dieciséis años antes que todo el esfuerzo intelectual que demandaban Benet y Goytisolo. 

No había lugar a dudas. Esa forma tan poética de describir lo sórdido que acababa transformándose en candidez me resultaba balsámica. La magia de la literatura quizá consiste en eso, en pensar que es posible llegar a sentir enorme complicidad y cariño con alguien que ni siquiera conoces. Es el Marsé que estaba del lado de los perdedores, de la marginalidad, de la discapacidad, cultivando las emociones como un orfebre de la palabra.



Vienen a mi memoria Canciones de amor en Lolita's Club (2005) y Rabos de Lagartija (2000). Recuerdo con especial cariño la nostalgia, el decadente ambiente del club de alterne, los amores ridículos perdidos, las esperanzas rotas, y esa forma de escapar de la más cruda realidad por medio de la fantasía. El deleite que proporcionaban unos personajes que ibas construyendo con la imaginación.

El domingo de julio en que falleció Juan Marsé estuve viendo fotos de él y hay un detalle que no resulta coincidencia. En su estudio, rodeado de muchos libros, permanece un retrato en blanco y negro a lo largo del tiempo. Es Stevenson, maravilloso, quién podía ser sino Robert Louis Stevenson, el escritor que mantuvo toda su azarosa vida un firme compromiso con su trabajo, con sus ideas, sin vanidad. 

Gruñón como querían presentarte a veces sobre todo desde que te atreviste a denunciar la trastienda de los premios literarios, nunca te tuve miedo; al revés, sin conocerte, siempre sentí por ti un enorme y auténtico respeto. El mismo que se siente por el mejor de los maestros, por muy severo que parezca.

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