Anoche mi hermana me envió unas fotos y un vídeo donde salían los que pudieron reunirse con mamá a pasar la Nochebuena. Yo estaba rara, no estaba conforme, había algo que faltaba en aquel vídeo de WhatsApp que vi muchas veces. Y no era simplemente la presencia de ellos por allí cerca.
Esta mañana de Navidad, al abrir los ojos, he entendido que lo que eché en falta era el belén del yayo, ese que comenzó con el portal que conservábamos con las mismas figuras de los años setenta y que en un principio estaba sobre el taquillón. Al abrir la puerta, se encendían automáticamente las luces de la entrada y se accionaba el radiocasete con la cinta de los villancicos. Aquel belén navideño primigenio, mejorado con la tecnología incorporada, sirvió para ganar un concurso de belenes que organizó el supermercado del barrio. El jurado vino a casa y quedó gratamente impresionado por las luces inesperadas y la música que sobresaltaba a las visitas en el mismo instante de abrirse la puerta. En aquella iluminada y estruendosa escena navideña, porque los villancicos había que escucharlos “a todo trapo”, abundaban los animales, que al parecer procedían de un conjunto de figuras de algún juego de una granja. Efectivamente, existían más figuras animales que humanas: gallinas, cerdos, patos, borriquillos, aves de corral..., hasta se podía ver algún ejemplar de cebra rallada o rinoceronte bebiendo del río de papel de aluminio.
La decisión de cambiar de lugar el belén vino precedida de varios atentados infantiles, de los que mi propio hijo, que fue testigo de los mismos comienzos del belén "animalado", fue protagonista, no lo niego. Pero la verdadera razón de cambiarlo de sitio fue una Nochebuena en la que, definitivamente, desde la mesa del taquillón donde se accedía al pasillito estrecho que conduce a la cocina, cada uno que pasábamos por allí por lo visto según mi madre nos dedicamos a “arrearle un meneo”, de forma que al final de la noche quedó hecho un desastre. El lugar elegido para el traslado durante la siguiente Navidad fue un rincón que resultó ser ideal. Cuando se acristaló el balcón del salón, se descubrió que la esquina izquierda era un sitio magnífico para ubicar nuevamente el belén. Allí, en ese rinconcito, el belén se irguió como un jardín vertical, sobre unas rocas en pendiente con su musgo, nieve, palmeritas y vegetación baja.
El yayo era el artífice del belén, pero Mª Jesús, como la tía preferida, aportaba muchas ideas ayudando en su diseño y expansión. La escena vintage de la natividad de toda la vida ocupaba el lugar central, aunque la cara de san José estuviese desdibujada y se hubiese desconchado el manto de la virgen. El nacimiento estaba a media altura, entre el cielo y la tierra, lejos del alcance de los niños y niñas que comenzaban a ir en imparable aumento, como las figuritas que se incorporaban al belén. Lo más extraordinario que recuerdo es cuando se incorporó agua real al nacimiento. El motor de un viejo exprimidor servía para accionar la bajante del agua que se recogía en un cubo pequeño debajo de la mesa y volvía a recorrer el curso de un río salpicado de puentes con sus lavanderas hacendosas cerca de una de las orillas. Cuando vi aquel prodigio de ingenio, entendí que el yayo y Mª Jesús eran belenistas profesionales, capaces de dar vida a aquel rincón mágico donde nos quedábamos embelesados con los peques descubriendo todos los detalles.
Hago recuento de mis paseos con papá la última Navidad en la que, efectivamente, también puso el belén en casa. Una mañana gélida, como lo son todas en Albacete durante el mes de diciembre, llegamos a una iglesia del barrio de la estación para ver el belén que había ganado no sé qué premio. Tuvimos que llamar al sacristán para que nos abriera. Encendió amablemente la luz de la iglesia y poco a poco fue iluminando y poniendo en acción todos los sectores de aquella preciosidad de Belén. Íbamos cogidos del brazo, descubriendo y disfrutando juntos. Ahora que lo pienso, yo sigo siendo la niña que vio cientos de belenes con el yayo durante muchos años. Por eso entiendo que lo que eché de menos anoche en ese vídeo que me envió mi hermana es precisamente que no estaba el rincón del belén del yayo.
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