Desde que imprimí los billetes de autobús y empecé a ver el viaje a Granada más cerca, lo primero que pensé fue en ir a conocer la placita que se construyó en homenaje al cantante de The Clash, adorado Joe Strummer, que hace casi diez años que se fue antes de tiempo por un problema de corazón por lo visto genético que no se le había detectado anteriormente. El grupo estaba prendado de Andalucía, no me extraña, y se hicieron embajadores de Spanish songs, in Granada, oh mi corazón.
La calle Colcha, la calle Zacatín, la calle Navas, la calle Tablas, la cuesta de las Arremangadas, la de las Recogidas, la calle Silencio, la calle del Beso, la placeta de la Miga, los miradores... Rincones llenos de calles estrechas y serpenteantes repletas de cuentos, romance y leyendas. Un paseo muy temprano con el frío pellizcándonos la cara y el pensamiento del aroma de los magnolios de la plaza del Carmen donde dicen que han anidado los mirlos El cafelito con churros en Bibrambla y el corazón henchido de pasión por un lugar tan hermoso: el de la juventud.
Atrapada en un encantamiento, escucho el murmullo del agua incesante que mana del chorrito de la fuente junto a la mesa donde los recuerdos saben a gloria: las alcachofitas con jamón bañadas en Jerez, la ensalada de langostinos, el mango y las flores amarillas dejando un rastro de primavera anticipada. Arroz negro y bizcocho de avellana con chocolate caliente.
—A partir de ahora, solo quiero disfrutar de los sentidos ―me dice mi amiga de los años 80 detrás de unas gafas de sol de diseño que sepa Dios lo que cuestan.
Royal Bliss, collarín rojo, berry sensations.
En lo alto, al final de la calle Vistillas de los Ángeles, se yergue la placeta de Joe Strummer. Es pequeña, muy sencilla y más bonita si cabe de lo que me dijeron las fotografías. Parece que sobrevoláramos el parque de las Palmas mientras la hora dorada del crepúsculo envuelve la tarde en un misterio ¡que sigue siendo punk! A un lado, un edificio cuyas ventanas y puertas están selladas con ladrillos para que no entren los okupas junto a una casa llena de grafittis.
—Llegaron a las Alpujarras y la gente salía fuera de las casas para verlos comer platos de huevos fritos con patatas. Decían que nunca habían visto a nadie comer con tanta hambre como aquellos chicos ingleses que devoraban los platos como si no hubiera mañana ―mi amiga me dice muerta de la risa.
Nos miramos y sonreímos. Ha pasado tanto tiempo y seguimos atrapadas en aquella perfecta edad de la inocencia. ¡Cómo nos emociona tener un lugar donde reconocernos!
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