Hay dos aprendizajes que te pueden salvar la vida y que tenemos muy dejados de lado: los primeros auxilios y nociones básicas sobre gestión emocional.
Esta semana, la mujer de un forense ha fallecido atragantada por culpa de un trozo de zanahoria en un restaurante de Marbella. Los primeros auxilios son algo muy físico: se ve y se puede actuar de alguna forma. Hay que saber cómo y haberlo practicado. Deberíamos procurarnos formación en ese terreno porque se pueden salvar vidas, nos contaba ayer la profe Bego. Ella misma, siendo muy joven, le hizo la maniobra de Heimlich a un chico que estuvo a punto de ahogarse en un banquete de boda. «Estaba totalmente azul. Como era un hombre grande, cogí carrerilla para comprimirle con fuerza la región abdominal y ayudarle así a expulsar lo que obstruía su aparato respiratorio». Le salvó la vida.
En cuanto a la gestión emocional, deberíamos hacer lo mismo: aprender y luego ayudar a mejorar nuestras vidas. Aunque no es algo que percibamos de esa forma tan urgente, vamos muy despistados. Ojalá la gestión de las emociones fuese algo sencillo. De todas las cosas que nos ocurren en nuestra vida, la más importante se centra en cómo nos van las relaciones interpersonales. Si sabemos o no expresar nuestras necesidades y entender las que tienen los otros, si sabemos o no dejar espacio, ayudar, pedir y recibir ayuda. Bego nos contó también un cuento que te hace pensar un buen rato: una mujer tuvo siete hijos y se dedicó toda la vida a decirle al mayor que no tenía que haber tenido el séptimo. Cuando su hijo mayor fue a casarse ¿cuántos hijos crees que tuvo? Seguramente pensarás que seis o ninguno. Pues no: tuvo siete. Para poder decirle durante toda la vida al mayor que no tenía que haber nacido el séptimo. Es devastador comprobar cómo se repiten los patrones y roles disfuncionales dentro de un grupo de personas a lo largo de generaciones. Salirse de forma consciente del rol con el que funcionas como “tu verdad”, que te ha sido asignado de forma inconsciente, cuestionarlo, ya es toda una hazaña, aunque no lo consigas del todo.
Leo un artículo sobre los patrones de la violencia de género, que son perfectamente extrapolables a las relaciones interpersonales, a las relaciones laborales, o a la interacción en redes sociales. Existe todo un catálogo que es el de siempre: insultar, despreciar, humillar, ignorar, desvalorizar, chantajear o culpar. No es suficiente con decir que son tóxicas, hay que familiarizarse con todas y cada una de ellas para saber identificarlas. Además, hay una serie de reacciones a estas agresiones invisibles como son el aumento del cortisol, alteraciones cardiovasculares y respiratorias, molestias digestivas, agotamiento, contracturas, dolores musculares, caída del pelo, inflamación, que resultan de la somatización de estas situaciones de violencia.
Los psicólogos recomiendan comenzar sintiendo las emociones desde el plano físico. Después, el simple hecho de aprender a detectarlas va a servir para que seamos conscientes y podamos hacerlas conscientes y tratarlas. Hablamos de lo que llaman lovebombing: mucho bombo amoroso inicial exagerado, y de pronto, conflicto terrible, ya no te quiero. Gaslighting, hacerte dudar de tu percepción, anularte, desorientarte negando hechos demostrables. Ley del hielo, castigo del silencio, ignorar al otro como forma de mostrar enfado o castigo. Control coercitivo, amenaza, chantaje emocional. Todos esas pautas se pueden identificar. Y lo que es más importante: el refuerzo intermitente, que ocurran de forma intermitente hace que se genere más adicción y dependencia emocional. Ahora te trato bien y ahora te ignoro.
Durante la guerra civil, Albacete fue bombardeado repetidas veces. Los aviones venían desde Tablada, Sevilla. Pues bien, siempre, antes de entrar a Albacete, dejaban caer bombas en cuatro o cinco lugares cercanos como Barrax o el Bonillo. La estrategia de la guerra sabe muy bien cómo se comporta el ser humano ante la violencia y cómo conseguir que no oponga resistencia. Los bombardeos solamente trataban de minar la moral de los ciudadanos. Eran puros actos de terrorismo. Cualquiera, en cualquier sitio, puede ser víctima. Por eso tenemos que intentar deshacernos del síndrome de culpa del superviviente. “A veces preferimos culparnos a nosotros mismos o nos obsesionamos con las cosas por las que nos sentimos culpables para no aceptar que el mundo es un lugar impredecible y caótico, más allá de nuestro control.” Cuanto más sepamos sobre las emociones, mejor preparados estaremos para darles cauce y hacerles frente.
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