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Sunday, 27 November 2022

Cuando el mismísimo Freud entendió el sentido del dolor por la pérdida

Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, sufrió una pérdida imprevista que le hizo reformular totalmente sus teorías sobre el duelo. Su hija menor, Sophie, murió de forma súbita a los 26 años. Estaba embarazada de su tercer hijo, y debido a su situación de mayor debilidad, contrajo la gripe española, falleciendo a los cinco días. 

Cuando era adolescente, se pusieron de moda los libros de Freud: “Más allá del principio del placer”, “Psicopatología de la vida cotidiana”, “Introducción al psicoanálisis”, “El malestar de la cultura”, “El yo y el ello”. Estaban en Alianza editorial y eran muy difíciles de comprender, al menos para mí, aunque yo seguía insistiendo en la lectura de todos.

Al cabo de algún tiempo, de Freud se dijo que era un misógino contrariado. Se ha hablado de su patriarcado inconsciente y de su machismo como reacción de miedo hacia lo femenino. La verdad es que en su época tuvo muchos adeptos y un número similar de detractores. Su obra no ha llevado muy bien el paso del tiempo a pesar de que el psicoanálisis ha ayudado a comprender la importancia de los procesos identificatorios que conducen a la formación del yo, el ideal del yo, el superyo, procesos a través de los cuales podemos comprender cómo construye el sujeto su yo y cómo juega el deseo inconsciente en asumir o rechazar esos discursos (Meléndez Vivó, A., 2016). 

 El pensador vienés era un hombre de mal carácter y poco afectuoso, que fumaba 20 cigarros puros diarios y que descubrió personalmente los usos de la cocaína. Existen muchas leyendas que de alguna forma u otra lo difaman. Algunas de las críticas más duras hacia él provienen de la izquierda, que no tolera su conservadurismo, y del feminismo, que critica su dogmatismo. Pero hay un dato sobre su biografía que lo convierte en una persona normal y corriente y que hace que lo miremos, al menos a mí me ocurre así, de forma muy humana. 

Sigmund Freud perdió a su hija más pequeña, Sophie, a los 26 años. Ella estaba embarazada de su tercer hijo y murió de forma imprevista; contrajo lo que entonces fue la gripe española y, en menos de cinco días, falleció. Freud no pudo ni despedirse de ella, solamente pudo llegar al entierro; fue cremada. Desgraciadamente, a esta terrible desgracia se le sumó otra pérdida, la de Heinz, el segundo hijo de Sophie, nieto de Freud, que falleció a los 4 años de tuberculosis. Fueron dos muertes muy devastadoras para él. Desde entonces, comenta en sus cartas, no pudo generar nuevos afectos, solamente conservaba los anteriores “como en sordina”. 

En 1915, Freud había planteado su teoría sobre el duelo en términos de sustitución del objeto amado y perdido. Tuvo que replantearse aquella teoría entendiendo, desde su propio dolor, que esas muertes eran irremplazables y que el hueco que dejaban era imposible de llenar. Nueve años después del fallecimiento de Sophie y seis después del de su nieto, exponía que, aunque con el paso del tiempo el sentimiento se aminore gradualmente, puede que nos demos cuenta de que nunca encontraremos con qué rellenar adecuadamente ese hueco pues, aun en el caso de que llegue a cubrirse totalmente, se habrá convertido en algo distinto. Y así debe de ser, ya que, en cierto modo, el aceptar que el dolor va a estar ahí, es el único modo de perpetuar el amor a los que no deseamos renunciar.

Otro día prometo hablaros del caso de una de sus nietas, hija de su hijo mayor, que da la coincidencia de que se llama Sophie Freud y que fue feminista y muy crítica con las ideas del abuelo. 



[fuente de la imagen: https://redhistoria.com/tres-curiosidades-sobre-sigmund-freud-y-del-mundo-que-le-rodeaba/]

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