Me cuentan que Manuel Vicent ha publicado una extraordinaria biografía novelada de Concha Piquer: Retrato de una mujer moderna (Alfaguara, 2022). Me comentan que quiere poner de manifiesto que, más allá de cantar coplas a izquierdas y derechas, la cantante fue una persona resiliente, rompedora, “arriscada”, valiente y contestataria. Todo un referente, como a mí me gusta llamarlas.
Concha Piquer comenzó a cantar en los años treinta. Sin embargo, puesto que también cantó durante el franquismo y este tuvo a gala arrebatar banderas, señas e identidades, se hizo con su figura. Se la apropió hasta el punto de que la izquierda, viendo a la Piquer alinearse con lo más folclórico del rancio franquismo, se creía que era "de ellos". Se olvidaron de que ella ya cantaba coplas durante la República y de que los perdedores siguieron adorándola porque, más allá de esas ideas, están las pasiones, y ahí no se puede engañar al corazón.
La memoria colectiva, potencialmente perniciosa, puede llegar a ser devastadora, puede convertir en épica una barbarie, en glorioso lo que fue un auténtico desastre, blanquear -como se dice ahora- un recuerdo, propagar una leyenda urbana de colosal difamación hasta límites delirantes...
Pero entonces viene un vate de ojos verdes como Manuel Vicent, que a sus 86 años lo recuerda todo de pe a pa, y poner las cosas en su sitio, como debe de ser, con su mejor pluma, testimonio y enjundia.
Yo lo miro y lo admiro en una imagen en la que destila más sabiduría que nunca, a sus 86, y me emociona pensar que presentará esa novela y que sigue creyendo en la poderosa fuerza de la palabra, que convence cuando llega certera y consigue desactivar la equívoca memoria colectiva. Esos ojos fieros del león lo entendieron todo perfectamente: se trata de contar lo que pasó de verdad, para que la memoria del pueblo no arramble como agua torrencial que borra el fino surco del arroyo.
La Piquer tuvo los arrestos de decirle a Franco que le tocaba a ella merendar y no tocar para él. Vicent la admira muchísimo por su personalidad arrolladora.
A cada uno hay que ponerlo en su sitio. Rafael de León escribió las letras de las canciones. Era un autor eminentemente lorquiarno, y al final, su recuerdo está oscurecido por la memoria de Lorca. Compuso, entre otros temas inolvidables, el que se titula Tatuaje y comienza así: “él vino en un barco de nombre extranjero...” ¡seguro que te suena!. Pues bien, una canción era como un bálsamo en aquella posguerra negra, famélica y hambrienta para las mujeres cuyos maridos habían sido fusilados o estaban en el exilio. Y eso fue así, y a cada uno lo que le corresponde.
Hace un par de días me hice con la traducción al castellano de los Cuentos completos (Nordica libros, 2022) de mi querido Dylan. Fue ver la edición y agarrarla para no soltarla. De pronto, darme cuenta de que es precisamente Manuel Vicent el que escribe la presentación a esos cuentos que han sido traducidos por Miguel Martínez-Lage. Yo conozco muy bien a ese Dylan, conviví con él mientras preparaba la tesis sobre sus primeros poemas. Vicent, eres mi ídolo, has entendido perfectamente de qué forma el público vio en Dylan Thomas a una estrella de carne y hueso que se ofreció en sacrificio despeñándose desde lo alto de sus versos, sin importarle a nadie la tragedia, simbolizando así la llegada de una nueva era.
Lo colectivo necesita alimentarse de sacrificios, como los sacrificios humanos que los aztecas consagraban a sus dioses, corazón en mano, para que todo se regenerase.
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